A lo hecho, pecho (No quiero llanto!!!).

El beisbol que se jugaba en Cuba antes del 59 era el mejor de toda Latinoamérica.

En lo que el tema del Acuerdo Invernal va y viene, y de manera muy latente, la archídebatida reinserción de Cuba en la Serie del Caribe se discute, varios medios de prensa de la isla se han hecho eco del asunto, simultaneados por muchos parciales, y entre ambos intentan de golpe y porrazo, olvidar cual es el origen de este problema y quien, o quienes, son los autores de esta situación de ostracismo, que vive el beisbol en la Mayor de las Antillas.

En Este trabajo no pretendo hacer historia, pero si vamos a recapitular, y ver porque no existe beisbol profesional, o cualquier otro deporte rentado, en Cuba.
Recién abandonado el país por el presidente de entonces, Fulgencio Batista, en enero de 1959, las tropas revolucionarias se hicieron cargo del orden y el quehacer económico, social y político de la isla.
El naciente gobierno comenzó a tomar decisiones, que seguían ciertos preceptos, donde la erradicación del analfabetismo y las leyes de reforma agraria, ciertamente eran a favor del pueblo, aunque se violaron algunas cosas elementales, que hubieran hecho esos procesos más saludables y menos agresivos.
Pero una cosa si quedo clara en esos primeros meses de revolución, el gran enemigo a proclamar, era el “Imperialismo Yanqui”, entiéndase los Estados Unidos de América. La nacionalización  y otras medidas de esa era, afectaron a varios inversionistas cubanos, pero dramáticamente a muchas empresas y grandes negocios norteamericanos. La reacción de los Estados Unidos más que lógica, era la que deseaba y necesitaba la revolución cubana.
El beisbol, por supuesto, no estaba ajeno y la Liga Cubana lógicamente empezó a sufrir del abandono de los norteamericanos. Los estadios de beisbol se convirtieron en terreno hostil, para los peloteros de otras latitudes y naturalmente comenzaron a darle la espalda a Cuba. Imagínense que en esa época iban miembros del ejército rebelde a los terrenos y en cualquier momento de alegría disparaban sus armas al aire, si a esto sumamos que en la calle se veían carteles constantemente de “Abajo los yanquis” y cosas por el estilo, no tengo porque decirles que era muy estresante estar en Cuba en esos tiempos, y menos aún, jugar pelota.
Para ya terminar con esto, Estados Unidos de América recogió sus cosas, levanto el bloqueo y acá nos llenamos de alarde y empezamos a decir que no necesitábamos de ellos, que seguiríamos siendo la súper potencia del beisbol que éramos y destruimos así, la mejor liga de beisbol del mundo después de las Mayores, lógicamente (acá les sugiero que se hagan del documental “Bases Loaded”, del 2004, donde Monte Irvin habla ampliamente de la calidad que había en los terrenos cubanos en esa época, por la variedad de grandes jugadores que venía a la pelota invernal nuestra).
Hoy, más de medio siglo después, no podemos estar en la lloradera esa de: “los Estados Unidos no nos permiten regresar a la Serie del Caribe”. Si fuimos tan guapos en el 61 y hemos estado todo este tiempo alardeando de eso, ahora tenemos que seguir siendo guapos o buscar las lógicas soluciones que nos impone la realidad, una realidad, donde quizás nunca más fuimos súper potencia en el beisbol y hemos desperdiciado mucho tiempo, jugando entre nosotros, y engañando a varias generaciones de fanáticos y peloteros.
Hace muy poco leí, con horror, que un colega de la prensa nuestra escribió esto:
"El salario de 42 millones al cienfueguero Yasiel Puig o los 60 millones que se rumora podrían ofrecerle a Abreu son sumas contra las que solo es posible contraponerles valores acendrados desde la familia, desde la cuna, desde esa humildad que, sin dejar de aspirar a mejoras materiales no concibe renunciar a su patria, al aplauso in situ de su gente, ni al calor humano de su pueblo."

Me parece lo más irrespetuoso del mundo que se hable de valores familiares, cuando en realidad no tenemos claro que situación real tienen las familias de esos dos atletas cubanos. Yo digo hoy, y miren para al lado a ver quién les lleva la contraria, que por 42 millones de dólares cualquiera barre un estadio de Grandes Ligas de aquí hasta el fin de los días, asi que por jugar pelota ni hablar. Tenemos que dejar a un lado las payasadas y ser objetivos. El desastre migratorio del deporte cubano es un fenómeno que hemos mencionado por años y ahora, mucho tiempo después, quiere el INDER ponerse a correr a ver si nos quedan deportistas para jugar los campeonatos nacionales o ponemos un cartel de “el último que salga que apague la luz”.
Que Omar Linares haya decidido quedarse en Cuba, a pesar de las ofertas millonarias, si le convierten en la imagen que la revolución quiere ensenar, pero no hace a su familia mejor que la de Puig o la de Abreu.
Ya se nos olvidó todas las historias risibles de hace solo un año, cuando dijimos que no íbamos a la Serie del Caribe, he inventamos escusas financieras con una matemática disfuncional. ¿Qué pasó en menos de un año? Pues que la pasada primavera todo misteriosamente cambio y ahora estamos exigiéndole a la MLB, cuando ellos solo siguen las leyes de su país (justas o no). Hoy somos nosotros los que queremos cambiar nuestras leyes y pretendemos que el mundo entero tiene que ponerse a correr y aceptar nuestra revolución dentro de la revolución. Nosotros estamos apurados (ahh si hubiéramos hecho caso de todos los que llamamos la atención a tiempo), el resto del mundo tiene su paso, sus leyes, y no tiene por qué cambiarlas solo por nuestra “buena voluntad” recién adquirida en el deporte. No somos el ombligo del mundo, nunca lo fuimos, independientemente de nuestra idiosincrasia, y lo que nos hayan hecho creer, por mucho tiempo.
Yo quiero y siempre ha sido así, y el que conozca de mi trabajo lo sabe, que Cuba juegue en la Serie del Caribe, que se convierta en un equipo de Triple A, que mande peloteros a todas las latitudes a llenarnos de orgullo, pues esas pequeñas cosas van a ayudar a nuestro beisbol, pero a la misma vez no llamo desertor a nadie, mucho menos traidor, y si vivir en Cuba es con bloqueo y con sanciones norteamericanas, por seguir lo que mi gobierno cree más justo, entonces lo tengo que hacer con orgullo y con valentía, no con lágrimas ni reproches, pues a lo hecho pecho.
Por cierto para los grandes divulgadores y enemigos de la prensa sensacionalista, yo nunca he estado en el Versalles o en territorio de los Estados Unidos, aunque si me preparo sándwich riquísimos.
Sin más por ahora,
Daniel de Malas Andreu.