En su propio mundo (Aroldis Chapman)

Chapman tiene en su poder el lanzamiento más rápido de la historia: 105 mph.


Tomado de ESPNDeportes, escrito por Eri Saslow.

Esta nota aparece en la edición del 17 de febrero de ESPN The Magazine.
YA SON MÁS de la 12 del mediodía en la mansión llamada "La Casa del Sueño Americano" , y su dueño todavía no se ha despertado. Unos seis amigos y familiares se sientan debajo de un candelabro italiano importado mientras ven los minutos pasar en un reloj plateado y esperan que Aroldis Chapman baje a verlos. Las reglas de la casa dictan que nadie lo debe molestar; el contrato por 30 millones de dólares de Chapman fue el que pagó por esta casa, y su brazo izquierdo tan singular fue el que trajo a su familia desde una provincia ubicada en la costa de Cuba a los suburbios lujosos de la costa dorada de la Florida, donde nada es como se imaginaban que sería.

"Generalmente solo estamos sentados aquí, tratando de pasar el tiempo", dijo María Caridad, su madre, mientras el reloj se acerca a marcar la 1 del mediodía. Ella le pasa el trapo al piso de la cocina a pesar de que seis mucamas ya lo hicieron pocos días antes. Ella le pone ritmo al día mientras escucha salsa y cocina pies de cerdo en el horno, inclinándose encima de la olla para inhalar ese aroma tan familiar. "Esto me hace acordar a Cuba", ella dice. "A casa".
Su esposo y padre de Aroldis, Juan Alberto, está del otro lado del living y prende la televisión para poner el canal 374, el único que es exclusivamente en español en su paquete de canales de lujo. Uno de los asistentes de Chapman le ha estado enseñando un poco de inglés a Juan Alberto con la esperanza de facilitar la transición a los Estados Unidos a los 74 años, pero las lecciones no arreglan el verdadero problema. "Ya estoy demasiado viejo como para aprender, y no hay nadie aquí a quién hablarle de todas maneras", él dice, mientras se acomoda en su reposera para ver a su tercer novela cubana del día.
Cada inmigrante nuevo en esta casa ha desarrollado algún tipo de antídoto para el aburrimiento, y para Aroldis, ese antídoto es el sueño. El mediodía pasa a ser la tarde, luego llega el atardecer. Sus padres se van a sentar al lado de la piscina por un rato, donde estudian a las cortinas adornadas de su cuarto del segundo piso para ver si hay alguna señal de movimiento. Algunas veces durante la pretemporada, el lanzador de 25 años de los Reds se queda en su cuarto hasta el atardecer, durmiendo, viendo películas o simplemente lanzando una pelota de racquetball a la pared de su cuarto.
Finalmente, las cortinas se abren unos minutos antes de las 4 de la tarde y Chapman baja por las escaleras caracol hacia la piscina. Él tiene sandalias, anteojos de sol y una camiseta puesta junto a unas cadenas de oro que cuelgan de su cuello. Él enciende un cigarrillo Marlboro Red y se sienta al lado de la piscina en un colchón que se adapta a todo tipo de clima.
"¿Por qué vienes así tan tarde?", pregunta María Caridad. "¿Por qué duermes tanto?".
"No hay nada más para hacer", él responde.
Esta es la ironía de la vida de Chapman en los Estados Unidos y un dilema familiar para muchos deportistas cubanos: Él gastó tanta energía y pasó tanto tiempo esforzándose para llegar a este lugar que no se detuvo a contemplar lo que significaría llegar allí -- una mezcla repentina de destino cumplido y desarraigo, todo a la misma vez.
Chapman desertó Cuba en julio del 2009, firmó un contrato con los Reds en enero del año siguiente y compró esta casa en la ciudad de Davie, en el estado de Florida, para cuando no esté jugando por 1.8 millones de dólares en el 2011 ya que le hacía acordar a las mansiones estadounidenses que él veía por televisión en programas como El Príncipe de Bel-Air: Un salón lujoso al entrar, cuadros con pinturas al óleo, un cine de ocho asientos, estacionamiento para cinco autos, y todo ubicado a menos de una hora de Miami. Está ubicado lo suficientemente cerca a la comunidad cubana y lo suficientemente lejos de las tentaciones de South Beach. "Mi primera casa", él dice, apuntando al techo alto y al árbol de navidad de 20 pies de altura. "No está nada mal". Sin embargo, él a veces se pierde por las calles idénticas de Davie y sus canales manufacturados. Además, él apenas sabe nadar lo suficientemente bien como para disfrutar de su propia piscina. Las lámparas del pasillo todavía tienen pegadas a sus etiquetas con el precio en ellas. Los libros de su biblioteca personal no solo son en un inglés poco familiar para él, sino que son vacíos y falsos, comprados por $5.99 cada uno en la tienda de World Market.
A veces Chapman camina por los pasillos de su mansión de cinco cuartos y seis baños y se encuentra extrañando a su humilde casa de tres cuartos con el techo que goteaba y las paredes imperfectas, donde él se crio -- extrañando el living lleno de familiares y amigos, lleno de ruido, chismes, caos e incertidumbre. "Está mi vida en Cuba y luego está mi vida en Estados Unidos, mi vida vieja y mi vida nueva, y casi nada es igual", él dice.
Hasta su manera de ver béisbol, él juego que lo trajo aquí, ha cambiado desde que él abandonó a la Selección de Cuba durante un torneo en Holanda, saliendo de su hotel sin nada más que un pasaporte y un paquete de cigarrillos en su bolsillo para comenzar su lento escape a los Estados Unidos. "Me aburro viendo béisbol por TV", él dice. "Es repetitivo para mí". Así que en vez de practicar sus lanzamientos durante sus vacaciones, él pasa el tiempo bateando en unas jaulas de bateo ubicadas en una escuela cerca de su casa. El hombre que lanzó el lanzamiento más veloz de la historia de las Grandes Ligas -- 105 mph durante un juego en el 2010 -- ahora se imagina como sería jugar en primera base.
Su madre le sirve el desayuno al lado de la piscina --- carne y frijoles junto a un vaso de jugo de mango -- mientras él enciende otro cigarrillo. Él se queda mirando a la cascada y las palmeras ubicadas junto a la fuente construida junto a ellas a la distancia. "La vida es fácil aquí", él dice.
"Esta es la vida gorda, y es lindo, pero a veces extraño la locura. Ese es el problema que estoy tratando de resolver".

Aroldis Chapman
AP Photo/Lenny Ignelzi
De los 12 pitcheos más rapidos hechos desde el 2007, ocho han sido de Chapman.
ÉL HA DECIDIDO que parte de la solución no está arraigada en su nueva vida, sino que en la vieja; no en el béisbol, sino que en el boxeo.
Hace unos años, Chapman y otro lanzador y compatriota suyo Liván Hernández comenzaron a volver a reunirse con boxeadores de su tierra natal con la oferta de ser sus auspiciantes una vez que lleguen a los Estados Unidos. Chapman dice que su motivación para ello es simple: Aquí estaba la oportunidad para seguir los pasos de su propia travesía, de apoyar a deportistas cubanos que todavía estaban intentando ganarse su derecho de piso. Quizás él podría revivir parte de la garra y la incertidumbre que definían a su propia vida antes de irse de Cuba.
Chapman dice que por un tiempo pensó en asociarse con el rapero 50 Cent y crear a una compañía que promoviera a boxeadores oficialmente, pero ese plan se hizo trizas en un par de meses. "Yo no quiero que sea tan complicado -- promotores, una estrategia de negocios, nada de eso", dice Chapman. Entonces él optó por ayudar de manera informal a una media docena de boxeadores cubanos que ahora se entrenan en Nueva York y Miami. Él ayuda a cubrir sus gastos que incluyen viajes, alquiler y equipamiento para entrenar. Los boxeadores describen al rol de Chapman como "un inversor", pero a Chapman no le importa si le devuelven el dinero, y nadie lo hace. "Ellos consiguen el dinero, yo consigo recobrar algo de ese entusiasmo del pasado".
Chapman alguna vez también quiso ser boxeador. Su padre primero era un entrenador y después un dirigente deportivo en Cuba, lo que significaba que la familia de Chapman era dueña de los únicos tres pares de guantes de boxeo en su vecindario rural. Aroldis pasaba las tardes entrenando con sus amigos después de la escuela, dibujando los bordes de un ring de boxeo con sus pies en la calle de tierra al lado de su casa. Él poseía un gancho letal de zurda capaz de noquear, pies rápidos y un temperamento todavía más corto, lo que a veces lo hacía desatar su ira y tirar piedras cuando perdía. "Tú tienes el temperamento para un deporte más tranquilo", su madre le dijo un día cuando él tenía 11 años, prohibiéndole volver a boxear. "Prueba jugar al béisbol".
Así que él comenzó a jugar en primera base para un equipo de su barrio, se convirtió en lanzador a los 15 y, dos años después, ya era una de las grandes promesas del béisbol cubano. Él jugó para la selección cubana por unos años hasta que su segundo intento de deserción fue exitoso, un intento de escape poco ortodoxo desde el hotel del conjunto cubano en la ciudad holandesa de Rotterdam proseguido por cuatro días de fiestas en Amsterdam, 22 horas manejando por Francia con un representante de las Grandes Ligas y unos meses viviendo en Andorra para poder convertirse en agente libre. Los representantes que viajaban a Europa para intentar asegurarse al jugador le hablaban más que nada sobre el dinero y la libertad que definiría a su futuro, pero Chapman dice que pasaba la misma cantidad de tiempo pensando en su pasado. Él había dejado atrás a su novia y a su hija de tres años. Él ni siquiera le había dicho a sus padres que tenía pensado desertar, nunca había dicho adiós. "Ellos no sabían nada", él dijo. "Yo solamente desaparecí, ¿qué otra opción tenía? Yo dejé todo atrás sin saber lo que me depararía el futuro".
Aroldis Chapman
Pouya Dianat/Atlanta Braves/Getty Images
El promedio de bateo de los contrarios de Chapman es de .154 desde que llegó a los Rojos en 2010.
Él había visto apenas un puñado de juegos de las Grandes Ligas por televisión cuando finalmente llegó a los Estados Unidos, y él solamente podía nombrar a unos pocos peloteros que jugaban allí. Él firmó un contrato a largo plazo con los Reds, un equipo totalmente desconocido para él con compañeros cuyos nombres él no podía pronunciar en una ciudad que no podía ubicar en un mapa. Él alquiló una mansión en Cincinnati que le pertenecía a un ex lanzador de los Reds, ya que por lo menos la bandera de Cuba erizada cerca de la entrada le hacía acordar a casa. Él compró cintas de Rosetta Stone para aprender inglés pero progresó poco y nada, así que un ayudante de las ligas menores le enseño como pedir comida en los restaurantes.
Chapman -- quién solamente podía moverse por Cuba con la bicicleta semi arruinada de su amigo -- se compró un auto Lamborghini al que le hizo $40,000 en arreglos personales. Sus nuevos compañeros se reían al verlo pasar 15 minutos tratando de maniobrar para estacionar en el estadio.
Tras pasar toda una vida en la Cuba comunista, él se comportaba con una libertad que para él se sentía completamente estadounidense y se comportaba de la manera en la que él creía que las estrellas estadounidenses tenían el derecho de hacerlo. ¿Contrato a un guardaespaldas personal? Absolutamente,sí. ¿Poso para las fotos con una mesera vestida con lencería? Seguro. ¿Arreglar para que una desnudista se encuentre con él en el hotel en diversas ciudades? ¿Por qué no?
Él acumuló seis multas por exceso de velocidad. Él llevaba anteojos de sol puestos dentro de la casa e hizo una mortal saltando desde la lomita. Él se convirtió en carnada para las revistas de chismes cuando su cuarto fue robado, posiblemente en parte por la stripper. Él hizo el cambio a un representante y a un manager más famoso y dejó atrás a los amigos que lo ayudaron a desertar. En el 2012, él se convirtió en el blanco de una demanda por 24 millones de dólares que lo acusaba de hacer falsas acusaciones apuntadas a autoridades de estado cubanas tras su primer intento de deserción fallido que terminó poniendo a un conocido suyo tras las rejas y le permitió a Chapman recuperar su lugar en la selección nacional.
Mientras que el caso sigue pendiente en el Tribunal de Distrito de los Estados Unidos, Chapman -- quién ha negado que haya hecho nada inapropiado a través de su abogado -- se queda en casa y duerme. "No sé en quién puedo confiar y quién me está usando por lo que soy", él dice. Él ha decidido no confiar en nadie como gran parte del resultado de su cautela. Sus compañeros lo consideran una persona cordial pero distante. "A veces, cuando él no tiene la cabeza puesta aquí, uno no sabe dónde está", dijo Dusty Baker, ex manager de los Rojos, en el 2011.
Cada inmigrante persigue recuerdos, recreando una comunidad que se siente por lo menos algo familiar, y Chapman pasó cuatro años construyendo la suya. Durante su primera parada en los EE.UU. -- en White Plains, N.Y., donde vivió por dos meses con Edwin Mejía, su primer representante -- Chapman pasaba cada mañana en un pequeño restaurante dominicano, donde el dueño le cocinaba salame con puré para desayunar. En Coral Springs, Florida, donde Chapman vivió mientras se preparaba para su primera temporada, él pasó muchas noches en el centro de retiro hispano, donde los juegos de bingo se hacían en español y los ancianos contaban historias sobre Cuba antes de que Fidel Castro ascienda al poder. "Es tanto éxito que ocurre tan rápido", él dice. "Uno pasa toda su vida tratando de lograrlo, y un día uno se despierta con todo a su disposición. Es algo confuso".
Chapman posee un circulo pequeño de confianza que incluye a sus padres, quienes llegaron en enero del 2013, a su hija, Ashanti Brianna, quien ahora tiene 4 años, y a su madre, Raidelmis Mendosa Santiestelas, quienes finalmente se unieron a él en los Estados Unidos en enero de este año. Él no quiere hablar sobre los detalles de cómo ellos se fueron de Cuba, pero él claramente valora su presencia. "Yo estoy solo o con ellos", él dice, "porque ellos entienden a la vida de antes y la de ahora".
Cuando su compañía no es suficiente para llenar el vacío, Chapman sube al piso más alto de su casa en Davie a solas, caminando más allá de las peras de plástico en la cocina y de los libros huecos en la biblioteca. Él va al gimnasio y se pone los guantes de boxeo. Luego él enfrenta al saco de arena y golpea a algo sólido.

UNAS SEMANAS DESPUÉS de que terminó la temporada en el 2013, Chapman invitó a uno de sus boxeadores a su mansión para una visita invernal. Yordenis Ugas representó a Cuba durante los Juegos Olímpicos del 2008 antes de desertar. Su historia como inmigrante es muy distinta a la de Chapman. "Nada es fácil aquí", dice Ugas. Su carrera como profesional en los Estados Unidos consiste de cenas con sopa de fideos y departamentos compartidos. Él viaja de Miami a Nueva York a Nueva Jersey, entrenando donde puede, peleando contra cualquier rival que esté dispuesto a enfrentarlo. Él llegó a la mansión de Chapman exhausto y con poco dinero en sus bolsillos. .
Aroldis Chapman
Rob Tringali/MLB Photos/Getty Images
Chapman era boxeador y primera base hasta los 15 años, cuando cambió todo por el montículo.
Chapman le dió un tour de sus autos deportivos -- su Mercedes de fábrica y su Lamborghini con la placa hecha especialmente para él -- mph 105. Él le mostró a Ugas la mesa de billar en el living y la colección de cigarros al lado de la piscina.
Chapman casi nunca les da consejos a sus boxeadores -- "Ellos son profesionales", él dice -- y tampoco les habla sobre su propia carrera. En vez de hacer eso, él comparte anécdotas sobre su vida en Cuba: Los barrotes de hierro que protegían a las ventanas del cuarto de su niñez de la violencia de las pandillas de su barrio, o sobre la manera en la que aprendió a lanzar al poner a una roca dentro de una media.
"A él le gusta compartir historias sobre las épocas duras", dice Ugas, quien tiene 27 años y es dos mayor que Chapman. "Eso es lo que todos tenemos en común. Ahora él es famoso, pero extraña a los pequeños detalles de su vieja vida".
Ugas tuvo que irse tras pasar unos días en la Florida para abordar un avión a Nueva York. Él estaba agendado como parte de una pelea preliminar en un lugar pequeño, donde él esperaba poder ganar el dinero suficiente como para poder pagar el alquiler por unos meses al pelear contra un oponente sospechoso que todavía no había recibido el permiso de los doctores para pelear. "Mi aventura loca", dice Ugas.
Chapman tuvo que irse a Cincinnati para ser parte de una sesión obligatoria de apreciación a los simpatizantes, donde él serviría como embajador de una ciudad a la que apenas conoce. Esa era la ironía del inmigrante que juega al máximo nivel del béisbol estadounidense: él todavía se sentía como un extranjero, pero miles de simpatizantes ya habían memorizado los detalles de su vida y comprado su camiseta. La fila de autógrafos de Chapman estaba acompañada por un traductor. Él visitó hospitales y abrazó a extraños. "Mi trabajo", él dice.
Los dos hombres se despidieron en la mansión y enfilaron hacia sus versiones dispares de la vida de un inmigrante en EE.UU., cada uno de ellos envidiando algunos aspectos de la vida del otro.

Comentarios

  1. Mirka Olano Vasallo
    Q biemmmmm ,muy bonita hirtoria,Dios lo siga llenando de bendiciones a el y a su familia

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  2. Cesar Cowley
    Excelente historia de verdad

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  3. bueno si todo eso es así Chapman está más ostinao que un perro en medio del desierto,de que le sirven todos esos millones,ojalá que no la tome con las drogas.

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  4. Importante reflexionar de este tipo de historias : Cuando los objetivos en la vida tienen un toque mayoritariamente materialista pasa eso , ya tiene el dinero y la fama , cosas que pueden desaparecer de un momento a otro , y entonces ... pregunto ? que le queda a Chapman ?... ojala logre encontrar motivaciones espirituales , eso de ayudar a los boxeadores esta bien ... ahora la fumadera y eso de estar pegandole a un saco de boxeo !!?? , que cosa es eso para un lanzador de GL !!??

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