Los que hoy son llamados "desertores" pueden ser los que salven el beisbol en Cuba |
Por Iván García
El director de la federación cubana de béisbol, Heriberto Suárez, en una rueda de prensa efectuada en el aEstadio Latinoamericano de La Habana, anunció que los play-offs que comenzaron el martes 24 de marzo, serían monitoreados por scouts y federativos de ligas caribeñas para, presuntamente, finiquitar futuras contrataciones de jugadores cubanos.
Los torneos de invierno que se juegan en Venezuela, República Dominicana, Puerto Rico y México forman parte de las estructuras del béisbol de Grandes Ligas donde hasta ahora, debido al embargo de Estados Unidos al régimen de los Castro, no podían insertarse jugadores residentes en Cuba.
Desde hace una década, en los diferentes circuitos caribeños juegan peloteros cubanos que abandonaron el país.
Bárbaro Cañizares, Hassan Pena, Leslie Anderson, Michel Abreu o Adonis García, brillaron en esas ligas tras saltar la tapia en una sociedad donde por décadas, el béisbol rentado fue denostado por Fidel Castro y los medios oficiales censuraron su difusión.
En otoño de 2013, La Habana autorizó las contrataciones de atletas, con la empresa Cubadeportes ejerciendo de representante.
Hasta la fecha, solo cinco peloteros, Frederick Cepeda, Alfredo Despaigne, Héctor Mendoza y los hermanos Yulieski y Lourdes Junior Gourriel han sido fichados por clubes de la liga japonesa, la segunda más importante del mundo.
Pero después del 17 de diciembre, tras el sorpresivo anuncio del mandatario Barack Obama y el general Raúl Castro de restablecer relaciones diplomáticas, Cuba está en el itinerario de famosos y políticos estadounidenses convencidos que internet, pequeñas empresas y un diluvio de dólares podrían voltear al gobierno marxista del Caribe.
Ese cambio de política, por supuesto, pasa por ejercer la diplomacia del béisbol, un deporte ícono en ambas naciones. El lobby silencioso en las bambalinas de la MLB por parte de mascarones de proa del régimen, como el play boy de la aristocracia militar, Antonio Castro, hijo de Fidel, ha sido un factor clave.
Los dueños de equipos de la MLB, por su parte, tras el notable éxito de jugadores como José Dariel Abreu, Yasiel Puig o Aroldis Chapman, y los contratos millonarios de Rusney Castillo, Yasmani Tomás y el fabuloso Joan Moncada, han puesto sus miradas en el béisbol de la Isla.
Para el sistema americano, ha sido el reencuentro con un viejo conocido. Antes de que el barbudo Castro llegará al poder en 1959, Cuba era el país que más jugadores exportaba a los diferentes circuitos del Caribe y la MLB.
La luna de miel varía según la orilla. En la cubana, Barack Obama tiene más seguidores que Raúl Castro, y aunque las expectativas exageradas de los cubanos de café sin leche después del 17 de diciembre han perdido fuelle, banderas estadounidenses están presentes en camisetas, autos y balcones. Al menos entre los habaneros, parece que ya nada es igual.
La gente sueña con comer hamburguesas de Mc Donald’s, navegar por la internet de banda ancha de Verizon, y que Apple abra una tienda exclusiva con sus ordenadores y teléfonos inteligentes.
Es cuestión de tiempo hasta que las organizaciones de la MLB puedan pactar acuerdos con las autoridades castristas y que los jugadores cubanos se puedan insertar en el mejor béisbol del planeta.
Las dos partes ganarían. La MLB se puede centrar en el negocio sin tener como ruido de fondo el tráfico de peloteros manejado por carteles delincuenciales y piruetas financieras a la hora de firmar cada contrato.
Y a los funcionarios deportivos de la Isla se les hace la boca agua cuando en sus calculadoras chinas observan las sumas de dinero que se pueden mover en ese posible escenario.
El futuro de la pelota cubana es insertarse en las organizaciones de Grandes Ligas. La visita de directivos de las ligas del Caribe durante los play-offs apunta a eso. Una jugada cantada.
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