Por Jorge Ebro
Cuando el 1 de mayo del 2015 Gilberto Suárez pisó el frío suelo de la prisión, lo hizo totalmente convencido de que la condena de no ver a su familia en un mes será el precio de salvar las vidas de cuatro personas, entre ellas, la de Yasiel Puig.
Suárez, quien en diciembre del 2014 se había declarado culpable de un cargo de conspiración para inducir o ayudar a extranjeros a entrar ilegalmente a Estados Unidos, recibió, además, una condena adicional de cinco meses de libertad condicional, un año de probatoria y una multa de $5,000.
“Yo nunca pensé que estaba violando una ley de este país y por eso fui al juicio convencido de mi inocencia”, expresó Suárez, de 41 años, al narrar por primera vez su versión de los hechos. “Luego me percaté de que sí existía esa legislación y como hombre acepto mi responsabilidad. Pero quiero que sepan que esta es una historia con un ingrediente humano muy fuerte y que, a pesar de todo, me deja la frente bien en alto”.
La historia comenzaría cuando en el 2010, con su empresa de servicios de computación quebrada y luego de trabajar en el valet parking del casino Micossukee, una amiga de su natal Güines llamada Maday le pidió que le sirviera de chofer a su novio, una promesa de la pelota cubana que estaba en busca de un contrato de Grandes Ligas.
Suárez no solo se convirtió en el conductor del auto donde viajaba el pelotero Yasiel Balaguer -futuro miembro de los Cachorros de Chicago por $400,000- sino que casi manejó su vida cuando ambos tuvieron que partir luego a República Dominicana para estar más cerca de ese contrato.
Ya en Dominicana, Suárez gana la reputación de persona que ayudaba a los jugadores recién llegados de la isla, como Carlos Martínez y finalmente Gerardo Concepción, quien firmaría un pacto de $6 millones con los Cachorros.
“Es increíble lo que sucede en Dominicana y puedo decir que hay cerca de 200 peloteros cubanos en espera de un futuro que podría llegar nunca, casi tirados en la calle“, recordó Suárez, quien llegó a Estados Unidos en el 2006, tras cruzar la frontera en México. “A unos los ayudé con alimentos, a otros con techo, en el caso de Concepción estuve presente en las negociaciones de su contrato”.
Este paso resultó fundamental en Suárez, quien había sido profesor de matemáticas y computación en Cuba, pues se dio cuenta de que podía negociar con los equipos de Grandes Ligas que veían en él a la persona que los peloteros escuchaban.
Por otra parte, el acuerdo de Concepción le trajo su primera gran bonificación financiera al recibir de parte del ex lanzador de los Industriales alrededor de $150,000, de modo que la experiencia de aquellos meses en Dominicana estimuló su interés en lo que podía ser una nueva línea de trabajo.
Fue ese éxito el que atrajo a Raúl Pacheco a su puerta un día de mayo del 2012, cuando Suárez se encontraba comiendo con su familia, sin saber que con esa visita también entraba Puig en su vida.
Pacheco era medio hermano de una hermana de la que entonces era su compañera sentimental, y como sabía de su éxito en el caso de Concepción, le pidió ayuda para negociar el contrato de Puig, quien ya por ese entonces se encontraba en Islas Mujeres, México.
“Cuando el me nombró a Puig, claro que le dije que sí, aunque sabía que el muchacho venía con un equipaje difícil por sus problemas de indisciplina”, rememoró Suárez. “Pero el riesgo y el trabajo valían la pena. Yo había visto una de sus jugadas en Cuba con el equipo Cienfuegos y me parecía un pelotero fenomenal”.
Poco a poco, Suárez supo que Pacheco había orquestado la fuga de Puig, pero no sabía que la situación del jugador fuera tan complicada, pues los lancheros que lo habían traído de Cuba, al saber de quién se trataba el cliente, habían elevado la suma por su liberación de $150,000 a $400,000, más un 20 por ciento de su futuro contrato de Grandes Ligas.
Según Suárez, tan tenso estaba el ambiente en Islas Mujeres que en cierta ocasión habló casi de manera clandestina con un Puig que lloraba y temía por su futuro, pues le pensaban llevar a Dominicana en contra de su voluntad y bajo un contrato de representación de un individuo de apellido Santini.
Sin perder tiempo, Suárez contactó con un mayor de la policía federal mexicana que trabajaba en el aeropuerto de Cancún y al que conocía de viajes familiares anteriores llamado Marcos Villegas, quien previo acuerdo de una suma por sus servicios, se encargó de rescatar a Puig y sus tres acompañantes, el boxeador Yunior Despaigne, Lester Quezada y la entonces novia del pelotero Jenny Reyes, quienes habían escapado de Cuba en abril del 2012.
De Cancún Puig viajaría a la Ciudad México, donde Suárez prepararía una demostración ante equipos de las Mayores que evaluaron, finalmente, al diamante en bruto que prometía ser una estrella del béisbol.
“La demostración resultó un desastre”, explicó Suárez. “Puig estaba fuera de forma, pasado de peso, y la altura de México lo mató. Echaba sangre por la nariz. Creí que todo estaba acabado o que su precio se devaluaría considerablemente”.
Sin embargo, los Dodgers vieron más allá y gracias a la recomendación de Mike Brito, un cazatalentos cubano de muchos años de experiencia, pudieron reconocer lo que escondía aquel cuerpo cansado y débil.
Horas más tarde Suárez ya se encontraba negociando con el entonces vicepresidente de los Dodgers, Logan White, y tras un forcejeo de precios -el equipo ofrecía entre $30 y $36 millones- quedaron en $42 millones por siete temporadas.
Gilberto Suárez en la oficina de su abogado en Miami Beach, el pasado 16 de marzo. C.M. GUERRERO EL NUEVO HERALD |
De acuerdo con Suárez, el negoció el 90 por ciento del contrato y el agente certificado de Puig, el abogado Jaime Torres, solo se encargó de revisarlo y darle el visto bueno antes de enviarlo a la Oficina del Comisionado de las Mayores.
Hasta aquí la historia hubiera tenido un final feliz, pero Suárez sabía que todo podía complicarse, pues los lancheros, encabezados por Yandris León Placia, conocido como Leo y que posteriormente aparecería cosido a balazos, estaban furiosos y pidieron ayuda a la banda criminal de Los Zetas para buscar a Puig y raptarlo a cambio de un pago.
No por gusto Suárez y Puig se desplazaban por la Ciudad México protegidos por una caravana de tres carros Suburban blindados de arriba abajo y 11 hombres que portaban armas largas a un costo de $2,500 diarios, pero no era para menos, pues les habían informado que un grupo de cubanos y mexicanos estaban preguntando por su paradero.
Poco después de la negociación con los Dodgers, sucedió un hecho que obligó a Suárez a violentar la historia, pues un choque entre posibles miembros de agentes a sueldo de un cartel de la droga y la policía federal se saldó con tres uniformados muertos en el mismo hotel del aeropuerto Benito Juárez, donde ellos se hospedaban.
“Yo les dije primero a los tres acompañantes de Puig que se fueran a la frontera, porque la cosa estaba muy peligrosa”, explicó Suárez sobre aquellos días de julio del 2012. “Y todavía me quedé un poco más con él esperando por su visa de trabajo para que entrara legal a Estados Unidos, pero el peligro crecía por minutos y al final le dije a Yasiel que tomara un taxi y se fuera también. Su vida y la mía valían más que un contrato, que todos los millones del mundo”.
Es por esta “sugerencia” de cruzar la frontera que el gobierno federal encausó a Suárez, a quien se le requisaron los $2.5 millones que recibió del pelotero como pago por sus servicios en la negociación, así como dos propiedades inmobiliarias y un auto Mercedez Benz.
Ciertamente, Suárez pudo haber corrido peor suerte, pues el tráfico humano es penalizado con hasta 10 años de prisión, pero él siempre ha insistido que nunca utilizó dinero para sacar a Puig de Cuba, ni pagar lancheros; y ahora insiste, sobre todo, en que no ha incriminado a nadie más ni llegado a ningún acuerdo con la fiscalía para rebajar su condena.
La historia de Puig es harto conocida, al menos la de los terrenos, donde se ha convertido en una de las más grandes estrellas de la pelota profesional por ese estilo caliente y desbordado con el que levanta elogios a la par de críticas, y cada vez que Suárez lo ve por televisión solo le viene una palabra a la mente: orgullo.
“Ahora mismo no poseo bien alguno como no sea el amor de mi familia y no sé qué haré cuando salga de la prisión”, recalcó Suárez, quien en Cuba jugó bastante pelota como lanzador. “Estoy convencido de que Puig y yo seguimos en peligro, porque los lancheros no cejarán en su empeño por hacernos daño. No va a ser fácil vivir siempre mirando por encima de los hombros”.
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