Por Carlos M. Álvarez
Desde hace tres semanas tumbo cocos en Miami con mi padre. Pedimos permiso en las casas y, si autorizan, los tumbamos con vara y cuchilla, les amortiguamos la caída con un cojín para que no se rompan, los montamos en una carretilla, los amontonamos en el fondo de la camioneta Ford, y luego mi padre los vende a un punto específico en Hialeah.
Así, mi padre se gana la vida y yo –que no obtengo un centavo, por lo que nadie podría acusarme de transgredir los límites de mi visa– emprendo mi particular recorrido por los vericuetos de la ciudad.
Es la mañana del 25 de junio, y estamos en la esquina de la 119 Ave del SW y la 188 St, en el césped de la casa de una anciana afable que nos ha permitido atracar su mata de cocos sin problemas. Un camioncillo de atención médica parquea en la calle. El chofer se baja y viene hasta nosotros. Lo miramos con escepticismo. Nos saluda, le devolvemos el saludo, y luego nos dice que a dos cuadras, justo en la esquina, vive él, que afuera tiene cocos y que podemos tomar todos los que queramos.
Mi padre me mira con asombro. En muchas casas nos han despreciado, en otros hemos recibido muy reconfortantes muestras de generosidad, pero no hemos asistido, en tres semanas, a un gesto semejante. Yo, sin embargo, no estoy asombrado por eso. De algún modo, digamos, sensorial y anterior a mí, he empezado a reconocer al chofer. No precisamente por su voz, no precisamente por sus rasgos físicos, sino casi como una epifanía.
No sé cómo suena su voz, no delineo aún sus rasgos físicos, pero lo encaro:
–¿Cómo usted se llama?
–¿Yo? René –dice el hombre.
–¿René? –pregunto, feliz por la suerte de que se llame justamente como yo creía que se llamaba.
–Sí, René –dice.
Evidentemente en franco desvarío, pienso que el hombre no se llama así, pero que ha sido capaz de leerme la mente y para no hacer un desaire me ha complacido y ha respondido lo que yo quería oír.
Aún dudando, pero ya con ese dato a mi favor, me viro resuelto y le digo a mi padre:
–Tú sabes, este hombre es Arocha, René Arocha.
Mi padre, casi con pena, pero sobresaltado, dice:
–¿Cómo Arocha? No lo conocí. No lo conocí.
–¿Y cómo me conociste tú, si eres tan joven? –dice el hombre.
–Me gusta mucho la pelota –digo–, he visto videos tuyos.
Mi padre, que sí lo vio pitchear, se roba la conversación. Yo miro los cocos alrededor, los localizo, y me pongo a organizar el reguero. Hay un coco roto, que bota agua como si se desangrara. Lo tomo y lo dejo caer. Los cocos rotos no sirven para nada, eso hay que saberlo.
Cuando retomo el diálogo, mi padre, muy sereno, barriéndose el sudor de la frente con el dedo índice, dice:
–Pues yo soy médico, y estoy aquí tumbando cocos.
–Y yo soy pitcher –dice Arocha abriendo los brazos–, y ya me ves, de chofer.
–Es así –dice mi padre.
–Así –dice Arocha.
Luego se abrazan y se despiden.
Justo una semana después, en la tarde noche del jueves 2 de julio, llego a la casa de Arocha. Me recibe en el portal. Señala para su mata de cocos.
–Al final no se llevaron ninguno.
–Es que no nos sirven. Son amarillos y ya están secos. Así no los compran.
–¿Qué buscan ustedes en los cocos? ¿Agua?
–Sí, agua.
–Entonces ustedes no saben nada de cocos. Yo tumbé dos el otro día y tenían agua, sonaban.
–No. Cuando suenan, ya tienen poca agua, por eso el agua se mueve. Cuando el coco no suena y pesa, está tan cargado de agua que el agua no tiene espacio para moverse.
–Ah, entonces sí saben de cocos.
–Sí, el que no sabe eres tú.
Arocha sonríe. Me pregunta si prefiero la sala o el patio, el aire acondicionado o el calor. Le digo que el patio. Mientras camina y conversa, detallo al hombre que tenía, en sus tiempos de lanzador, aires de Kevin Costner.
Hoy, Arocha lleva unas chancletas plásticas, un short azul oscuro y un desmangado azul claro. En sus anchos hombros, sendos tribales tatuados, como enredaderas. El pelo, ralo, no se le ha caído por completo, como si Arocha fuese alguien que genéticamente no tenía por qué quedarse calvo, pero al que la vida se ha encargado de premiar con las suficientes vueltas y escaladas, y alguna marca de todo eso le tenía que quedar. De ahí, también, su piel de extrainnings, y la expresividad concentrada únicamente en la zona que comprende los ojos, las cejas, algo de la frente.
Su voz es poderosa. Sus criterios son contundentes. Es recio en sus ideas y amable en sus gestos. No importa que estemos en su casa. Como el anfitrión, en toda conversación de dos, es siempre aquel al que le toca preguntar, rompo el hielo y cumplo mi rol.
–¿Qué estás haciendo ahora?
–Manejo para una clínica médica de personas mayores. Los llevo a la consulta y luego los regreso a sus casas.
–¿Cuándo te desvinculaste del béisbol?
–En 2010. Y desde entonces he trabajado en esto, manejando y trasladando personal.
–¿Te sigue apasionando el béisbol?
–No.
–¿No?
–No.
–Explícame eso.
–Todo el mundo me pregunta si vi el juego de los Marlins, si vi esto, si vi aquello. Yo no veo la pelota. Es como una mujer cuando te deja de gustar. Ya no siento nada. Antes la necesitaba. Soñaba pelota. Vivía pelota. Ya no.
–¿Y no será que la mujer todavía te gusta y como no quiere seguir contigo la echas a un lado por despecho?
–No, no. Ya desde pequeño, con diez u once años, mi abuelo me decía que me sentara a ver algún juego para que aprendiera. Y nunca lo hice. Tal vez esto sea una regresión. Dejé de jugar y sigo sin interesarme. A veces veo un juego, no sé, el último de la Serie Mundial, algo así, pero no más.
–¿Y ves otros deportes?
–No. Nada.
–¿Y anteriormente te gustaba algo que no fuera el béisbol?
–No. Tampoco.
–¿Qué es el béisbol para ti?
–Estar en el terreno. Oler la yerba. Especialmente en las mañanas, cuando sales a practicar. Esa yerba fresca se siente. Me quedan mis sensaciones, las que viví.
Arocha dejó de jugar béisbol en el año 2000, a los 36 años. Desde entonces, y hasta 2010, mantuvo una academia infantil en Miami. Ahí descubrió que el magisterio le reportaba el mismo placer que alguna vez le reportó ser atleta. Entrenaba a los muchachos, los pulía, los observaba crecer, hasta que por problemas financieros se vio obligado a cerrar la escuela.
La edad del retiro de Arocha, sin embargo, no es tan significativa como la de su debut, y esto quizás ayudaría a entender por qué Arocha, como otros tantos precoces, ha terminado indiferente y apático hacia el oficio que practicó.
A los trece años juega pelota a la mano con los chiquillos de su barrio en Regla, coloca detrás de la puerta de su cuarto un póster de Braudilio Vinent, su ídolo absoluto, y se escapa para el Latinoamericano porque sus padres no le permiten atravesar La Habana sin compañía. A los catorce, como miembro del equipo municipal de su categoría, y siendo jugador de posición, releva un partido sin importancia, pero lo hace tan bien que ya no lo mueven del puesto.
Y no solo eso. Después de varias gestiones, lo ascienden al equipo Regla primera categoría. Lanza en las finales de la provincial. Propina diez ceros consecutivos y solo en el onceno inning pierde el partido. Luego debuta en el Latinoamericano, con lechada incluida, y queda demostrado que su ecuanimidad y destreza no son las de un adolescente.
De ahí que una tarde cualquiera, ya en la EIDE, se entere por el periódico Juventud Rebelde de que ha integrado la nómina de los Metropolitanos. Y entonces, como es de suponer, le cambia la vida. Y le cambia, la vida, muy temprano: a los quince años. Todos estos detalles –los de su génesis– son evocados por Arocha con suma precisión.
En principio, solo iba al estadio los días que le tocaba pitchear, y luego lo regresaban a la escuela. No viajaba con el equipo. “Pero a mitad de la temporada yo entendí que lo mío no era estudiar, sino la pelota”, dice. “Y me empecé a escapar de la escuela y a decirle a Roberto Ledo, el mánager de Metros, que me habían dado permiso para ir a Santiago. Y para Santiago me iba con el equipo.”
En su primera temporada, obtuvo siete de sus 104 victorias en Series Nacionales, y ya desde ese momento lo acompañaría lo que fuera su sino: lanzar partidos apretados; que su equipo le fabricara pocas carreras.
–Si yo no hubiera tenido esa suerte, creo que habría ganado doscientos. No hay una estadística que lo diga, pero yo perdí, fácil, 30 juegos por una carrera. Dos por una. Tres por dos.
–¿Qué siente un pitcher cuando le pasa eso?
–Hice buen trabajo. Yo sabía que estaba haciendo buen trabajo aunque perdiera. Pero a lo mejor esos juegos reñidos me obligaron a estar más concentrado, no sé, a tener que meter más el cuerpo y no relajarme.
–El que está dentro del terreno sabe perdonar al otro si hace un error, ¿no?
–Definitivamente. El que te embarca hoy es el que te salva mañana.
–¿Y conoces a alguien que no sea así? ¿Los hay?
–Había quien hacía gestos, pero cuando tú gesticulas ya le estás tirando el público encima a ese jugador. Pon que alguien haga un error y que por su culpa se te vayan dos arriba. Si ese alguien viene en el noveno y la da para la calle con dos en base, ¿qué tú le vas a decir después, si ya le dijiste algo?
–Bien. Defíneme Metropolitanos.
–Yo digo como Darcourt. Yo soy Metropolitanos. Yo jugué apenas tres años en los Industriales, y hubo una temporada, en la que me operaron el tendón de Aquiles, que prácticamente no pitchée.
–Entonces, los Metros.
–Los tres primeros años el equipo era bueno. Tenía figuras de renombre: el jabao Puente, Anglada. Y tenía otros que no eran superestrellas pero hacían bien el trabajo: Ernudis Poulot, el cátcher. Echemendía, que era la tercera base, muy bueno defensivamente. Al segundo año se juntó Javier Méndez, que empezaba. Por ejemplo, el equipo del año 82, el año del problema de la pelota en Cuba, era tremendo.
–Ese conflicto, ¿cómo lo viviste tú?
–Casi me cuesta la carrera a mí también. De la nada.
–¿Por qué?
–Porque también fui para el DTI, a mí también me entrevistaron, a mí también me querían culpar. Hasta más. Yo recuerdo que cuando ya pasó todo, me llamaron Oscar Fernández Mel (Presidente del Gobierno en La Habana), y Andrés “Papo Liaño” (Comisionado de Béisbol), a decirme que la Revolución era benévola, que me iban a dejar pasar esa. Y a mí no tenían nada que dejarme pasar. Yo era un muchacho de 18 años. No sabía lo que estaba sucediendo alrededor mío, si es que sucedió, porque a estas alturas yo no sé si pasó o no pasó.
–Eso te iba a preguntar. ¿Los peloteros de Metros vendieron juegos o no vendieron juegos?
–Nadie sabe, nadie dice. Yo he hablado con peloteros que estaban en el problema, y nadie ha dicho: “sí, yo estaba vendido.” Entonces para mí –no sé para los demás– es todavía una nebulosa. Porque yo no creo que un equipo vendido llegue al último día del campeonato en el primer lugar. Porque para adelante ningún equipo se vende. El que está pagando dinero desde la grada, no te está pagando para que tú des jonrón, porque no hace falta. Tú quieres dar jonrón siempre.
En 1986, Arocha se resiente el brazo a tal punto que valora seriamente, y le aconsejan, dejar el béisbol. Aquejado de molestias que tuvieron su origen en el Mundial Juvenil de 1982 –donde lanzó cinco de siete partidos–, ya ni en provinciales podía mantenerse en pie. Se había perdido la temporada completa del 83, las Selectivas del 84 y 85, y prácticamente no llegaba a home. “Para hacer esos papelazos, mejor retírate”, le decían amigos cercanos. Pero en el mismo 1986, después de un entrenamiento rigurosísimo, de una apuesta in extremis a todo o nada, Arocha vuelve por sus fueros, recupera la velocidad en sus envíos, y con ello garantiza el paso de los Metros a Industriales y la entrada al equipo Cuba.
–¿Qué significó llegar a los Industriales?
–El paso para Industriales no lo sentí, porque ya yo era Industriales en las Selectivas, y la gente me asociaba.
–Cuando estabas en los Metros, ¿no querías que te llamaran para Industriales?
–No, para nada. Yo estaba tranquilo. La época en que Raúl Reyes dirigió los Metros fue tremenda para mí.
–¿Y qué tal llegar al equipo Cuba?
–Especialmente como llegué yo, después de la lesión que tuve. Me dije: “Me lo gané. Gané lo que tengo en la mano.” Traté de mantenerlo y lo mantuve, con altas y bajas como todo atleta, hasta el año 91, que bueno…
–¿Y era un orgullo estar en el Cuba?
–Claro, cómo no la va a ser. Tener las cuatro letras en el pecho y salir y ganar, como por ejemplo en el Mundial de Italia 88, que fue cuando más fea nos la vimos, hasta que llegó Gourriel e hizo lo que hizo.
–¿Ese es el recuerdo más grande que tienes con el equipo Cuba?
–Y una de las decepciones más grandes también.
–¿Por qué?
–Porque yo fui el que abrí los dos juegos contra los americanos. Y en la final me levantaron del box muy rápido. Antes de comenzar el juego había discrepancias en la dirección del equipo para decidir quién abría.
–¿Decidir entre quiénes?
–José Luis Alemán, Ajete y yo. Supuestamente estaban esperando una llamada para que decidieran desde La Habana. Y me eligieron a mí. Pero en el tercer inning, ganando dos por una, con hombre en segunda y dos outs, me sacaron. Ahí tuve una gran decepción.
–¿Te marca mucho?
–Claro que me marca, porque yo estaba entero, yo estaba peleando mi juego, y era temprano. Nunca entendí por qué me quitaron.
–¿Y no se explica?
–No hay explicación. Nunca explican nada.
Por eso –quizás– fue que René Arocha decidió emigrar: por no explicarse muchas cosas, sobre todo extra deportivas. Como –ejemplifiquemos– los dos años que su tío pasó en prisión solo por llevar cinco dólares encima, “cinco dólares luchados, que eran para comprarle un perfume a su mujer”. O como las tardes en que, agotado después de una práctica, con juego programado para la noche, tenía que reunirse en las gradas del estadio durante dos horas para escuchar un mitin sobre alguna nueva directiva de la juventud comunista. “Yo era un atleta”, dice, “y ese era mi tiempo libre. No entendía por qué tenía que reunirme cuando necesitaba descansar.”
El 4 de julio de 1991, en una escala que la selección cubana hace en Miami, Arocha llama a su padre y a su tía y les dice que vayan al aeropuerto, que tiene tiempo para verlos. Su padre y su tía le preguntan si cuenta con autorización para salir y Arocha les dice que sí, lo cual es cierto. Ya en casa de sus familiares, con quienes no mantenía comunicación alguna desde el año 80, Arocha lleva a palabras, por primera vez, el pensamiento que ha amasado durante años.
Se convierte, así, en el primer pelotero cubano que después de 1959 abandona un equipo oficial y logra, luego, llegar a las Grandes Ligas. Si hay, pues, un pionero del éxodo deportivo que hoy asola a Cuba, ese es Arocha.
–¿Qué te hace emigrar en un momento donde no era nada frecuente?
–Es que no iba a ser ni en el 91.
–¿Ah, no?
–Iba a ser en el 86. Y debió haber sido en el 79, cuando fui a México. Pero en el 86 no se dio, por ciertas razones.
–¿Y por qué esa demora hasta el 91?
–Porque tenía que buscar el momento y el lugar perfecto, pero yo sabía que iba a pasar. Aunque, cuando yo me quedé, no me quedé porque nadie me dijo que me quedara, ni porque me fueran a dar millones. Me quedé y yo pensé que mi carrera terminaba ahí.
–Eso he leído.
–Yo vine a ser un ciudadano más.
–¿Por qué tanta insatisfacción en Cuba?
–Porque sabía que me estaban diciendo mentiras. Porque todo era traba y más traba. Ni siquiera podíamos gastar en Cuba el dinero que nos daban en el extranjero. Teníamos que gastarlo donde estuviéramos. Y así, un problema todo, cuando nosotros valíamos millones de dólares.
–Y en el momento de quedarte, ¿no hubo miedo?
–No, no hay miedo. Antes de salir de Cuba, yo miré el recorrido, y supe que el lugar era Miami.
–¿Es cierto que no se le dice a nadie?
–A nadie. Imagínate que mi ex esposa fue a esperarme al aeropuerto en La Habana.
–¿Y qué se piensa a esa hora?
–Cuando desperté al otro día, lo único que pensaba era que la bomba ya había explotado, que ya.
–Leí que el Granma publicó inmediatamente, digámosle así, una nota de desafecto hacia ti.
–La tengo guardada. “Traicionó a la Patria el pelotero René Arocha, seducido por la mafia de Miami”, etcétera, etcétera.
–¿Qué siente uno cuando lee algo así?
–Es que yo no traicioné a mi Patria. Yo soy cubano, sigo siendo cubano. Mi Patria fue la que me traicionó a mí.
Dispuesto a proseguir en lo que fuera, Arocha solo se convence de que tiene calidad para llegar a las Mayores cuando lo invitan a un partido entre Oakland y los Yankees. Arocha, como todos los peloteros cubanos de su época, piensa que los beisbolistas de las Grandes Ligas son extraterrestres, que si ellos, los cubanos, pasan trabajo para vencer a “muchachitos universitarios”, qué decir ante atletas del máximo nivel. Pero aquel día, después de ver un par de innings, y de comprobar lo obvio, que los ligamayoristas no son marcianos, Arocha le comenta al periodista deportivo Sarvelio del Valle, quien lo acompañara, que él puede llegar.
Y sí que llega. Manuel Hurtado, la estrella del pitcheo cubano, comienza a entrenarlo. Lo ponen en contacto con Gus Domínguez para que lo represente, y en 1992, después de mil obstáculos (hubo incluso que esperar el ok del Departamento de Estado), logra un contrato con los Cardenales de San Luis por la pírrica cifra de 109 mil dólares.
Tras un primer año muy exitoso en AAA, el 9 de abril de 1993 debuta en la Gran Carpa ante los Rojos de Cincinatti. Permite dos limpias en ocho entradas, poncha a tres, y obtiene el primero de sus once triunfos de la temporada. La legendaria afición de los Cardenales lo empieza a querer. Lo dirige Joe Torres. Ozzie Smith es su compañero de equipo. Se entiende entonces que Arocha experimente, por ese entonces, algo parecido a la felicidad. “Era lo que quería vivir en Cuba”, dice. “Y no ganaba millones, que conste.”
En San Luis se mantiene hasta 1996, año en que pasa a San Francisco, donde solo milita por una temporada. En 1999 se va a México. En el 2000 regresa a los Estados Unidos, firma con los Mets, pero los Mets no le ofrecen demasiadas garantías, y Arocha, quien nunca se ha andado con medias tintas, decide retirarse.
–¿Qué diferencias hay entre la pelota cubana y las Grandes Ligas?
–Muchas. Abismales.
–Dímelas.
–Yo aprendí a pitchear aquí.
–¿No exageras un poco? Yo creo que ya tú sabías, evidentemente.
–No, yo me creía que sabía. Aquí aprendí a pitchear pegado. Aprendí a tirar sinker. No es tirar pegado y dar un pelotazo, es saber tirar la bola a dos centímetros del codo, y luego ponerla afuera, pero en strike.
–Tu repertorio era famoso en Cuba.
–Yo en Cuba aprendí a tirar muchas cosas, pero en realidad era lo mismo de diferentes maneras. Unaslider así (abre los brazos), una slider así (los cierra un poco), o una slider cortica o contra el piso. Peroslider. Y mi curva era buena, sobre todo mi curva grandota del principio, antes de la lesión.
–¿Entonces qué es lo que aprendes aquí?
–El slider mismo, por ejemplo. Yo pasaba los dedos por el lado de la bola, y aquí aprendí a pasarlos por encima, lo que los americanos llaman “stay on top of the ball.”
–¿Es más efectivo así?
–Claro, así el slider va para abajo, no va flotando. Antes mi slider iba flotando. Cuando va flotando, el bateador ve la bola aquí, la ve allí y la ve allí. Cuando no va flotando, la ve cuando sale y luego cuando cae, un solo punto.
–¿Y en Cuba todos tiraban el slider como tú?
–Exactamente.
–Cuando tú ves a Lazo, o a un extraclase de los últimos, ¿también hacen el agarre por el lado y no por encima?
–No lo sé, porque no los he visto. Pero si me siento a mirarlos, te digo al momento.
–Mantienes una distancia ante el béisbol muy singular.
–Porque mis entretenimientos son otros ya: cocinar, pasar el tiempo con mi familia, cuidar de los animales.
–Casi 25 años sin volver a Cuba. ¿Qué queda del país de uno cuando se está tanto tiempo fuera?
–Yo desconecté el cable desde el primer día. Empecé a extrañar, claro. Mi abuelo, mi madre, mi hija y mi única hermana estaban en Cuba, pero aquí tenía muchas amistades, y me parecía estar siguiendo el mismo ciclo.
–De acuerdo, eso es en un inicio. Pero hoy, ¿qué queda hoy?
–Si llego a Cuba no me voy a perder, pero ya no ubico bien algunas calles. Eso sucede sin que yo lo quiera. Casi llevo viviendo aquí la misma cantidad de años que viví allá.
–¿No hay nostalgia de ciertas cosas?
–Por supuesto. Amigos, mi pueblo, la puerta de la casa donde nací y me crié.
–¿Ha soñado Arocha con Cuba?
–He soñado, sí, pero hace ya. Soñé que llegaba a Cuba y que no me podía ir y que me decía: “pero ahora cómo me voy, si yo vivo en Miami. ¿René, tú estás loco, ahora cómo viras para atrás?”
–¿Pero eso es un sueño o una pesadilla?
–Una tragedia, sí, una tragedia. Par de veces la soñé.
–¿No piensas volver en algún momento?
–No te puedo decir ni que sí ni que no. Hasta hoy no he hecho el más mínimo trámite.
–Pero tus palabras en el documental Fuera de Liga son elocuentes. Dices, y enfatizas, que eres cu-ba-no, y que loco estás por ir para el Parque Central a sentarte con todos los niches a hablar basura.
–Porque esas son las cosas que extraño. Pero detrás de todo esto hay una situación política que a lo mejor ya no existe, o que me la he creado yo, en mis adentros, por la cual no he querido regresar. A lo mejor es miedo, no lo sé. Todo el mundo me dice que vaya, que aquello ha cambiado, que no pasa nada, pero tengo miedo.
–En el caso de los peloteros, ya algunos han ido, y nada les ha pasado.
–Peloteros que jamás han hecho una declaración en contra del gobierno. Siempre dije desde el primer día que yo vine a este país buscando libertad. También he dicho todo lo que pasábamos los peloteros, los albergues en que nos metían, los mosquitos que nos comían en las gradas, porque en Guantánamo teníamos que dormir en las gradas, y cosas y cosas.
–No estoy intentando influenciarte ni mucho menos, pero a mí me parece que si fueras hoy a Cuba, no te pasaría nada, ¿sabes?
–Ojalá que cuando decida ir sea así. Pero, por ejemplo, a mí un pelotero de los que fue me dijo que a los dos minutos tenía a alguien dándole indicaciones de los lugares que no podía visitar. Si yo voy a La Habana, ¿cómo no voy a poder ir al Latinoamericano? ¿Por qué?, si yo no voy con ninguna pancarta política. Yo, si voy, voy a disfrutar mi partido de pelota y punto.
–Entiendo. Hay, me temo, una distancia en ti que no es solo ante el béisbol.
–La hay, sí. René está teniendo ese problema, está alejado, está metido en su casa. Alguna gente me ve en la calle y me dice que me parezco a Arocha, y les digo que sí, que eso me han dicho pila de veces. Tú no te imaginas la cantidad de entrevistas que he rechazado en los últimos años.
–¿Por qué?
–Me cansé de que me utilizaran.
–¿Sí? ¿Hacen eso?
–Claro, coño. Me cansé. Al principio me utilizaron muchísimo, porque yo era más joven y tenía el deseo de soltar todo lo que traía de Cuba. Me llamaban de todos los programas de televisión, o políticos como Armando Pérez Roura. Cada vez que pasaba algo en Cuba, René para aquí y René para allá. René el único pelotero en Grandes Ligas en aquel momento, René la figura.
–¿Y cuándo te diste cuenta de que te utilizaban?
–Cuando dejé de jugar, cuando ya yo me recogí en mi casa, que no hubo ni una llamada ni nada. Ahí me di cuenta.
–¿Entonces ya no vas a la televisión?
–Yo he ido, pero, tú sabes, la última vez que fui al programa de Haza me puse a pensar, y llegar del trabajo, bañarme, arrancar para Hialeah, para hablar ahí dos minutos, porque son dos minutos… qué va, ya ese no es mi carnaval.
–Sí.
–O sea, mi tiempo tal vez hoy lo valoro mucho más. Me preguntan si voy a ir al estadio a ver pitchear a Joseíto Fernández. Ni a Joseíto el de la Guantanamera voy a ver yo. Esto que estoy haciendo contigo, date con un canto pero con un canto en el pecho, que ya no lo hago. Ahora mismo tengo a la mujer mía esperándome, para ir a buscar a mi hijo.
–Entonces tuve suerte. Quizás la manera en que nos encontramos, digo.
–La manera en que nos encontramos, sí. Yo estoy hablando contigo ahora porque te vi tumbando cocos. Luchando la vida, igual que la estoy luchando yo.
No sé bajo qué criterio se pueda considerar ridícula una suma de 109 000 dólares a principios de los 90 (el adjetivo pírrico está mal utilizado en ese contexto). A la edad en la que firmó ese contrato, ya no se es un prospecto y, además, estamos hablando de principios de los 90. 109 000 dólares es una fortuna para un recién llegado.
ResponderBorrarNo se debe confundir Patria con régimen. La Patria no traiciona a nadie, quien gobierna si. Arocha hiciste bien, debiste haberlo hecho antes, pues los años perdidos son $$$ perdidos y eso no lo recupera nadie.
ResponderBorrarTremedo pitchazo. Recuerdo lo que dice de los juegos cerrados, eso le pasa mucho ahora al avileño Vladimir García. Recuerdo un juego que perdió con Santiago en play off 2-1. Me alegro esté bien, siempre se recordará como uno de los buenos pitchers de la habana de todos los tiempos. Saludos
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