Con la mente fría

Foto: Ricardo López Hevia
Por Aliet Arzola

Los ocho meses más largos de la pelota cubana han terminado. Los Tigres avileños conquistaron su segundo campeonato en fila y la 55 Serie Nacional, entre reiteradas interrupciones, pasó a los libros como uno de los torneos beisboleros de mayor extensión.

Sería muy extraño encontrar otro certamen de tamaña duración, ni siquiera en las Grandes Ligas de Estados Unidos y Japón, donde se efectúan más de 140 partidos y postemporada en un máximo de siete meses. Aquí, en cambio, jugamos 87 desafíos y los play off desde el 30 de agosto hasta el 17 de abril. ¡232 días!

La lid se detuvo cinco veces en ese periodo (Premier 12, fin de año, Serie del Caribe, tope contra Holanda y exhibición ante los Rays de Tampa), cuestión que, además de estirar el calendario, puso en evidencia la seriedad de un torneo que recesó por diversos asuntos.

Ya han bajado las tensiones una semana después de finalizado el certamen más seguido en el concierto atlético nacional, y con la mente fría, ya apagadas las vibraciones de una emocionante postemporada, analizamos algu­nos detalles que ponen al descubierto sus lagunas.

Con frecuencia escuchamos que la pelota en Cuba es muy ofensiva, pero bien vale cuestionarnos si estamos esbozando la tesis co­rrecta. En el pasado campeonato se realizaron 735 sacrificios en 523 choques (más de uno por encuentro), prueba de que los equipos jugaron conservadoramente buena parte del trayecto.

Tocar la pelota se ha vuelto un hábito, y el mal se ha trasladado hasta nuestras selecciones nacionales, al punto de apostar casi mecánicamente por esa jugada, sin tantear cuán efectiva o nociva puede ser la estrategia según el trance del pleito. Ni siquiera en Japón, donde el toque de bola es un modo de vida, se incurrió tanto en la acción durante la contienda del 2015, en la cual se materializaron 1 375 sacrificios en 1 716 partidos.

Y esto nos pone a pensar. Tenemos un campeonato ofensivo, pero así los managers dan la imagen de no confíar en la productividad de sus novenas, en las habilidades para adelantar corredores mediante el robo de ba­ses o gracias a turnos inteligentes con hombres en circulación.

Los intentos de estafa, por ejemplo, quedaron en 840, y solo el 53.4 % resultaron efectivos, con varias novenas que no llegaron ni a 20 pruebas de robo, seña inequívoca de retroceso que, como ya expresamos anteriormente, se refleja luego en nuestras participaciones en lides internacionales.

Del pitcheo, sigue incordiando el descontrol (más de 3 700 boletos, 689 pelotazos, 486 wild pitch) y la falta de concentración (85 balks), pero me causa un profundo dolor de cabeza el hecho de que 93 serpentineros registraron al menos una apertura y un juego relevado durante la temporada. Esto último nos indica que el camino hacia la especialización se ha truncado por completo, si es que alguna vez comenzó a labrarse seriamente.

Más allá de los números, siempre reveladores, resulta imposible medir el impacto de esos otros errores mentales que deslucen nuestro béisbol. ¿Cómo cuantificar las afectaciones por los pésimos corridos de bases, los turnos desaprovechados, la pobre cobertura defensiva en todas las posiciones, las enormes deficiencias de los receptores en el mascoteo y los tiros a las bases, la escasa variedad en los repertorios de los lanzadores, la de­sigualdad de criterios de los árbitros sobre la zona de strike?

He escuchado a varias personas afirmar que la postemporada salvó la contienda cubana, pero no coincido plenamente con esas ideas. Tanto las semifinales como la discusión del cetro nos dejaron un sinfín de emociones, los estadios vibraron, las gradas se repletaron muchas veces, pero no siempre se jugó bien a la pelota, no a la altura que se supone destilen los cuatro elencos grandes de una campaña.

Vimos los mismos deficientes corridos de bases, la misma utilización inestable de abridores y relevistas, el mismo abuso de los toques de bola, la misma desconcentración de lanzadores y toleteros en momentos cruciales, el mismo descontrol, nada cambió, aunque la presión que suponen las fases decisivas enmascaró un tanto los problemas. 

¿Nuestro campeonato es emocionante? Sí. ¿Los estadios se llenan durante buena parte de los partidos? Sí. ¿Existe notable expectación por los desenlaces tanto dentro como fuera de Cuba? Sí. ¿Hay talentos con calibre para imponerse en cualquier béisbol del mundo? Sí.

Difícilmente alguien pueda cuestionar el nivel de los peloteros cubanos, pero nuestro campeonato, la fiesta por la que todo un archipiélago sufre, goza y vive, carece del nivel cualitativo al cual aspiramos todos. Encontrar soluciones para este gran vericueto, urge, y es preciso poner manos y mentes a la obra.

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