Por Elsa Ramos.
Y es que después de trastumbar por ocho meses, elclásico cubano logró enderezar su rumbo y dejar un mejor sabor.
Por lo reñido de la finalísima, que debió llegar hasta un séptimo partido, la campaña pudo merecer un mejor cierre, por parte de Pinar del Río, después de protagonizar una remontada inédita en los anales de las 55 temporadas cubanas.
Nada opaca la hombrada de este elenco, que primero remontó y remató a Matanzas en los dos juegos finales en su propio patio y a seguidas logró emparejar 3-3 la final cuando sobre el cielo beisbolero se presagiaba la segunda escoba avileña, luego de barrer a Industriales, la nota más desaliñada del play off.
Los pinareños calzan botas de campeones y de héroes, tenga a quien tenga en el timonel de dirección. Así ganaron la dote de más combativos y enseñaron que, al menos en Cuba, la pelota ha de jugarse con una dosis de sangre.
Pero el mérito mayor es para Ciego de Ávila, capaz de repetir en sucesión su título nacional con un equipo compacto, alegre, funcional. De paso, se reafirmó como el mejor elenco del quinquenio, ya que de los grandes, de esos de etiqueta, solo quedó Pinar para salvar la honrilla de la historia. ¿Habrá que reevaluar el orden de la cuarteta?
A favor de los vueltabajeros habría que decir que los avileños no les permitieron respirar en el último partido y ganaron relajados, sin la presión que presuponía un viraje del tamaño que le impusieron sus rivales.
Los Tigres, que se portaron como tal, aunque se rearmaron de buenos refuerzos, mostraron capacidad de ganar con fuerzas propias, pues más del 90 por ciento de sus peloteros en los partidos finales, sobre todo en el último cuando solo dos eran importados, fueron “made in Ciego de Ávila”. Eso habla de un trabajo desde abajo que ha permitido hilvanar cambios generacionales sin traumas y de donde salieron Dachel Duquesne, arma letal contra los Vegueros, Luis Robert, José Adolis García, Osvaldo Vázquez y Vladimir García o el tricampeón Yorelvis Fiss.
Definitivamente aprendieron a ganar play off, luego de años de pruebas y repasos, casi siempre ante Villa Clara, un territorio que ahora le “presta” los suyos, mientras mira desde lejos las butacas de los clasificados.
Las palmas mayores para un público, que con sus cosas propias del cubano —entiéndase improperios a los árbitros, ofensas a los contrarios— vino a salvar un espectáculo de esos que pide a gritos un suceso sociocultural como la Serie Nacional.
De otro modo, los pinareños no hubiesen mantenido de bote en bote el “Capitán San Luis” cuando su elenco agonizaba 0-3 o el “Cepero” no hubiera repletado sus gradas cuando sus Tigres les pusieron el credo en la boca tras perder la ventaja inicial de tres.
En Cuba, a pesar de los pesares, el béisbol vive. Y eso no es conjetura de comentarista, ni triunfalismo ciego. Aún estamos en deudas con la calidad como lo mostró Pinar del Río en el deficiente corrido de bases y mecánicas defensivas que a la postre le costaron el play off. Todavía Yosvani Torres viene de abridor al otro día de relevar, como Freddy Asiel Álvarez, lo imita con traje de refuerzo de Matanzas, por cierto, de nuevo con el mismo manojo de nervios que le ha impedido coronarse en los últimos cinco años.
Faltan muchas cosas, tantas como cada uno le quiera ver a esta pelota nuestra, llena de mánagers de San Antonio a Maisí. Y eso es justamente lo que nos obliga a salvarla. Todavía la afición vive cada jugada, cada batazo, cada gesto de los peloteros, que vivieron con pasión este tramo, aunque en la fase regular no lograran llenar estadios.
Sí, el play off vino a salvar una serie que comenzó en agosto de un año y terminó en abril del otro, mucho más tiempo que el de las Grandes Ligas, con el doble del calendario. Cinco paradas, unas con razón y otras sin ella, deslucen el espectáculo y acaba con la vida de los peloteros y los protagonistas todos.
Por eso ya están sobre la mesa los destinos de la próxima campaña, aunque no se sabe a ciencia cierta cómo será su estructura. No todo puede apostarse a una medalla internacional, primero porque, a fin de cuentas, ¿cuántos eventos quedan?: un clásico cada cuatro años como el de 2017, un Premier 12, en igual lapso, una Serie del Caribe anual… ¿y qué más?
Ni concentrar supuestamente la calidad en ocho o cuatro equipos ha evitado que los lanzadores tiren strikes al medio en tres y nada o que los directores dejen apalear a sus abridores, teniendo relevos en bullpen o que un corredor se vaya a riesgo con el empate en sus piernas.
Tampoco se ha podido sacar mucho fruto a las menguadas contrataciones exteriores, porque siguen dependiendo más de lo foráneo que de las voluntades internas.
Hoy la mitad de Cuba sigue en apagón beisbolero la mayor parte del tiempo y eso conspira contra la propia calidad del deporte, pues la mejor manera de “fabricar” un pelotero es jugando y jugando. Lo otro que muy pocos parecen tener en cuenta es —y eso lo demostró de nuevo el play off— que en Cuba la Serie Nacional es el mejor “opio” cautivante de multitudes a una sola vez y el pretexto de “desconexión” social ante otros excitadores de estrés.
Que nuestra serie debiera acudir a sus sucursales juveniles para poder completar nóminas, ante la estampida de otros más hechos es una realidad que parece insoluble. Pero esta es la pelota que tenemos, como aquello del vino que es nuestro aunque amargo.
Aún los niños, garantía de continuidad, apuestan por las bolas, los guantes y los bates, aunque lleven pulóveres de Ronaldo o de Messi, y eso hay que aprovecharlo.
Ya que se dice —y bien dicho— que el béisbol es del pueblo y para el pueblo, cuánto cuesta preguntarle qué Serie Nacional quisiera.
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