En la pelota nos va la vida

El futuro del béisbol cubano Foto: Ismael Batista.
Por Oscar Sánchez Serra

Acaba de comenzar, el pasado domingo, la Serie Sub-23, que en mi opinión es uno de los torneos más importantes de cuantos celebra la pelota cubana.

La afirmación pudiera parecer exagerada si no la leemos con la vista puesta en lo que necesita nuestro pasatiempo nacional en aras de revertir su actual nivel de calidad y, algo todavía más importante, ocupar —tal vez sería recuperar—, su prominente, lugar en la sociedad.




En esta instancia competitiva el pelotero ya pasó por su etapa escolar y por una buena parte de su tránsito por la categoría juvenil. En el certamen, en el que el conjunto capitalino defiende la corona del pasado año, están inscritos 400 jugadores, 141 de ellos (35 %), tienen 20 o menos años de edad. De los 141, son lanzadores 57 (40 %). En palabras, no en números, tenemos sobre los terrenos al futuro del béisbol en el país.

Ese es el argumento angular, el más sólido para respaldar la relevancia de la lid. De este, además, parte cualquier otro razonamiento. La Sub-23 es la mejor oportunidad de comenzar el camino hacia la recuperación de la calidad de este deporte que nos excita, nos deprime, al que sentimos como verdadera pasión. Pero en aras de ese empeño, debemos vestirla con las mejores galas, con los más grandes esfuerzos de nuestro movimiento deportivo.

En estas edades es imprescindible jugar, y mucho. Es la etapa en la que se perfeccionan los elementos tácticos al propio tiempo que se van consolidando los presupuestos técnicos si se contara con un significativo acumulado de juegos. Treinta y seis encuentros para cada equipo, solo contra tres rivales son cuantitativamente insuficientes y cualitativamente pobres.

Hemos escuchado muchas veces que, en materia de formación deportiva, saltar o violar etapas conduce al fracaso. Un viejo refrán dice que no se puede correr sin antes aprender a ca­minar. La Sub-23 da la posibilidad de una caminata acelerada, de ver al talento en su categoría expresar sus potencialidades, sin apresurarlo ni ubicarlo en un nivel superior, o supuestamente superior, como es la actual Serie Nacional.




Soy de los que piensan que estamos repitiendo un formato de 16 conjuntos, primero Sub-23 y luego abierto y en ambos lo que más se deteriora es el nivel de los partidos. Ya vimos el esquema de desafíos del torneo que inició el domingo y en el siguiente, ahora pactado para arrancar el venidero 7 de agosto, despachamos a la mitad de los concursantes (32 por equipos) cuando jugaron 45 encuentros. Si sacamos la cuenta, tienen lugar entre mayo y enero dos torneos de 16 elencos. Sin embargo, para sacar 32 jugadores, no ya para una selección nacional, sino para un plantel provincial, en muchos o la mayoría de los territorios, hay que prácticamente arar en el mar.

Creo que la pelota nacional debería replantearse, y me consta que se piensa en ello, su sistema de competencia en el más alto nivel, ese que además ha de brindarle al público el espectáculo cultural más seguido por la nación. Por ejemplo, si a la Sub-23 se le arropa como la Serie Nacional, con un formato de 90 juegos por equipos, comenzando en fecha similar a esta y con cuatro clasificados para dos semifinales de donde saldrían los aspirantes al título, varios serían los dividendos.

Aportaría a esos talentos alta demanda competitiva; responsabilidad con la camiseta de su terruño y con la sociedad, pues estarían lanzándose a la palestra pública desde muy jóvenes; motivación y, además, por la calidad, la posibilidad de integrar selecciones nacionales a disímiles torneos como Juegos Centroamericanos, Panamericanos, en Holanda u otros.

La idea se completaría entre noviembre y enero con una Liga Cubana de Béisbol (LCB), el firmamento de los grandes exponentes. En ella actuarían los contratados en otras latitudes y los de más experiencia. Sería una convocatoria de la gran escena, que también puede abrigar a “genios” de la Sub-23. Ojo, no es llamarlos masivamente a otra confrontación. Habría que determinar la cantidad de escuadras, siempre en dependencia de la calidad o lo que es lo mismo, si hay para cuatro “trabucos”, pues esa sería la cifra. Y luego, si da para más pues se van incluyendo. En otros lares a esto último le llaman expansión.




Hay que sopesarlo todo, claro que escribirlo es muy fácil cuando la complejidad es muy alta. Pero se requiere de pensamiento, de estudiar las mejores posibilidades. Arit­mé­tica­men­te nos parece más racional esta propuesta. En lo competitivo, por las posibilidades de desarrollo que pudiera brindar y por la calidad del espectáculo. Y en cuanto a lo económico, en la Sub-23 serían 720 encuentros más 21, contando los play off semifinales y final; en tanto, la LCB —con cuatro o seis contendientes— podría alcanzar 45 choques por conjunto en preliminares y un play off de siete a ganar cuatro, total 1018 partidos si fuera un sexteto y 928 en caso de un cuarteto, con diez equipos menos. Hoy, con las dos lides de 16, son 846 desafíos sin todavía hallar calidad y por supuesto sin espectáculo.

Y en ese pensar cómo sería mejor, más eficiente, más convocador para que el estadio vuelva a ser la sociedad latiendo por uno de los íconos del proceso de la formación de la nacionalidad cubana, habría que detenerse en sus actores: peloteros, entrenadores, directores, árbitros, anotadores. Una más racional y eficiente temporada debería ser también mejor remunerada y no como ahora, en la que si se juega bien o mal, se participe o no, se recibe lo mismo.

Podría ser esta o cualquiera de las muchas y muy buenas ideas que conozco sobre este tema. Lo que sí es imprescindible es hacer algo, proyectarse ya, de lo contrario acabaríamos llenándonos de goles —no anotándolos—, y ponchándonos continuamente. Tomo palabras del buen amigo, el doctor Félix Julio Alfonso López, y ahora sí que no exagero, en la pelota en tanto rasgo de identidad cultural y de cubanía, nos va la vida.

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