Por Boris Cabrera.
No se puede vivir en afrenta y oprobio sumidos, lo deja bien claro la letra de nuestro glorioso himno de Bayamo, esta vez tengo que sacar el machete frente a la tremenda injusticia de querer sacar de nuestros recuerdos y de nuestra historia al capitán de capitanes Antonio Pacheco. El Salón de la Fama del béisbol cubano, ese mismo que renació torcido y ahora está a punto de volver a desparecer, tiene que reconocer a uno de sus hijos más ilustres, nuestro capitán.
Saco el machete de mi pluma y tengo que arremeter nuevamente contra los indecisos, blandos, cobardes y monicacos que son capaces de retirar la imagen de este héroe nacional de las paredes del Salón de la Fama de Palma Soriano.
No saben que llevamos esa imagen de hombre intachable en las paredes de nuestra alma, son perros necios los que piensan que la fama y los jonrones se quitan con agua y detergente, los que creen que de un plumazo o de un tosco borrón se pueden desvanecer las glorias y los fildeos, el regocijo y los extrabases, el alborozo y el doble play. Se burlan de nuestra inteligencia, de nuestra pasión, de la historia y del deber cumplido.
Son ignorantes por pensar que tamaña ignominia puede exacerbar nuestro amor a la patria y nuestro compromiso con la sociedad. Nosotros los cubanos verdaderos tenemos que sacar el machete y cortarle la cabeza al irrespeto, la blandenguería y al temor de los nuevos tiempos.
El Salón de la Fama es pequeño, solo un local acondicionado, un pedazo de tierra y unos pocos metros cuadrados, la fama verdadera está dentro de millones de cubanos, latiendo en nuestros corazones, es parte de nuestra vida, de nuestros momentos más gloriosos, de nuestra identidad y de nuestro decoro y eso JAMAS nadie nos lo quitara porque lo tenemos tatuado con sangre en cada rinconcito de nuestra existencia.
Por eso, capitán de capitanes, usted duerma tranquilo, no morirá jamás su ejemplo y su gallardía, la historia dirá la última palabra.