Lo de Matanzas no es un récord empañado, se lo ha ganado en el terreno

Los Cocodrilos de Matanzas han implantado una nueva marca de 67 victorias en la actual edición 56 de la pelota cubana, quizás, en el ‘peor momento’ que vive el pasatiempo nacional.
Los Cocodrilos de Matanzas han implantado una nueva marca de 67 victorias en la actual edición 56 de la pelota cubana, quizás, en el ‘peor momento’ que vive el pasatiempo nacional.
Por Yirsandy Rodríguez.

De la forma en que Matanzas inició esta temporada, se veía venir la ruptura del récord de más victorias en series de 90 juegos, las 66 conseguidas por Industriales en 2003.


Haber iniciado la campaña con marca de 42-3, y dos rachas ganadoras consecutivas de 18 y 19 juegos, respectivamente, abrió la ventana de pensar en una gran contienda.

Los Cocodrilos de Matanzas han implantado una nueva marca de 67 victorias en la actual edición 56 de la pelota cubana, quizás, en el ‘peor momento’ que vive el pasatiempo nacional.

Pero un récord, sea como sea, es un récord, dicen algunos una y otra vez, dentro y fuera de los estadios beisboleros, en las peñas deportivas y hasta en reuniones de tránsito en el conejito de Aguada de pasajeros.

Ahora bien. Un récord nunca podrá borrarse, se haya hecho en Roma o Alaska. Aunque si algo queda estampado como un sello, más que un récord es una “proeza”, y por las corrientes en que se baña el béisbol cubano no es este el caso.


Así me viene a la mente por estos días, el amargo recuerdo de tener que lidiar con el aporte en los fríos numeritos —mi mayor pasión, pero no me ciega de la manera en que se manejan—. Y el perfecto ejemplo es el bambinazo 36 de Alfredo Despaigne en la 51 Serie Nacional —más ficticio que un valor matemático— contra la Isla de la Juventud, que no pude ver, pero escuché su historia de boca de los presentes. Es más, del mismo —inusual— center field de esa tarde, el capitalino Jhoyce Su.

Despaigne, que no necesita ni un empujón para pasear el diamante con sus batazos, conectó por el mismo centro del Cristóbal Labra. A Su, en un alarde de fildeador guante de oro en el centro, se le fue la bola atrás. (Comenzó lo dudoso). El “Caballo de los caballos” corrió hasta tercera, ahí detuvo el paso. Pero, al ver que la bola estaba bien lejos recuperó la carrera y fue hasta el plato.

¿Es este un perfecto jonrón dentro del parque?... ¡’Sí’!..., lo es. Porque así se anotó, simplemente.


Ni por asomo, ese cuadrangular más que dudoso, incierto, ni se acerca a la manera en que los Cocodrilos han ganado día tras días, incluso este mes de diciembre donde el tsunami de los dobles juegos atrapó los últimos compases de diciembre.

Lo maltrecho es que, en el presente, hablar de un récord en la cuerda del desnivel, al menos a mí me deja un sabor agridulce.

En el momento que vive el béisbol de nuestro pelotero archipiélago, dentro de su balance de inestabilidad y el vaivén de todas las crisis posibles —reconozco que la menor de todas es que dejen de salir talentos—, Matanzas ha sido un rehabilitador. Ese es el mayor mérito que le veo, mucho más que récords y números.

Al final, ganar 67 o 70 no les dará el soñado título a los Cocodrilos, lo que significa su anhelada meta. Ellos tendrían que luchar muy fuerte, y ganar los ocho juegos más difíciles que se les han dado en su camino victorioso desde que, en 2011, Víctor comenzó a timonear la nave.


Mi respeto para Víctor Mesa, los técnicos que tiene a su alrededor y su equipo porque, de cualquier manera, han podido mirar adonde otros no se han destapado los ojos.

Pero el béisbol cubano sufre la fiebre más agónica de lo disparejo, con una mejilla que no apunta hacia la competitividad real –o lo peor, la consolidación de un desamarre organizativo–. Al menos lo veo así. Y creo que no hay peor ciego, que el que no quiera ver.



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