Antes de la victoria de los Alazanes –su primera en la historia-, solo dos nombres pugnaban por el ansiado puesto al frente del team de las cuatro letras Foto: Ricardo López Hevia |
Por Reinaldo Sánchez López.
En un abrir y cerrar de ojos, Carlos Martí pasó de ser aquel director longevo, experimentado e instructivo de Granma, al sabio que inspira mucho más que respeto, y a convertirse en el manager ideal para el equipo Cuba en el IV Clásico Mundial de Béisbol, según disponen ahora algunos.
Antes de la victoria de los Alazanes –su primera en la historia-, solo dos nombres pugnaban por el ansiado puesto al frente del team de las cuatro letras: Roger y Víctor. Las fórmulas se mezclaban, se repetían los cálculos matemáticos y la ecuación no cambiaba su resultado, pues nada alteraba el producto. Todo era simple: Machado o Mesa.
Sin embargo, la historia, caprichosa ella, tomó un nuevo camino y, como dicen los cubanos se viró la tortilla a última hora. En este momento, en Cuba, millones hablan de Martí –que no del Apóstol- y apuestan por él para una aventura más difícil e importante que la propia Serie del Caribe en México, que ya es suya, por derecho y resultados.
El pasado miércoles 25 de enero, dos comentaristas deportivos, colegas míos de la televisión nacional colmaron de elogios (ganados) al hombre nacido el 16 de febrero de 1949. Antes, reitero, nunca fue mencionado. Su título, al parecer, ha sido muy tenido cuenta, lo cual no es malo. Pero, eso sí, todo cambió de la noche a la mañana. Todos cambiaron sus favoritos, de la mañana a la noche.
Hasta el momento –algo fuera de cualquier raciocinio -, la Federación Cubana ni la Comisión Nacional de Béisbol han dicho la última palabra de un morbo que trasciende al público y a los especialistas. Los decisores –quienes sean- son los que tienen la manida última palabra y nada ni nadie podrá cambiar un fallo que estoy seguro está tomado desde hace rato.
Que levante la mano quien no crea que el nombre del director del clásico esté escrito en tinta desde hace semanas o meses en un papel guardado en una gaveta. Una caja, con o sin seguro, sabe lo que muchos (millones) esperan. Envidia deberíamos sentir por ese estante. Dios salve a ese pedazo de madera bendecido por el síndrome del secretismo cubano.
Lo que está claro, es que en Cuba pocos conocen a ciencia cierta qué es lo mejor para nuestro malaventurado béisbol. Los vientos soplan un día de norte a sur y otro de este a oeste, y viceversa. Los comentarios cambian sin ton ni son y pocos concuerdan en sus criterios, y solo porque las reglas son tan cambiables que cada quien intenta mojar, pero nadie empapa.
Si el manager longevo, experimentado e instructivo de Granma, que es Carlos Martí no gana, nadie hubiese mencionado su nombre, ahora como es moda, cualquiera levanta su mano, su voz, expresa dos párrafos hasta mal redactados y dicta con una excelente dicción su criterio, que, para colmo, y lastimosamente, no es el mismo que unos días antes también millones de personas llegaron a escuchar, e incluso leer.
Esto no se trata de Carlos Martí, oriundo de Buey Arriba, quien merece el respeto de todos, y quien no debería ser objeto de un virus que anda en Cuba antes del dengue, el zika y el chikungunya: el triunfalismo inmediato. No, él es un hombre correcto en toda la extensión de la frase, el flamante monarca nacional.
Otros elementos tensan la cuerda. Primero, ya deberíamos haber conocido el nombre y los apellidos del director del team Cuba. Segundo, por qué muchas veces nos dejamos llevar por las últimas impresiones y de ahí nos agarramos sin importar criterios anteriores. Lo bueno de hoy, es lo bueno de ayer; mañana esperemos otras cosas buenas, piensan y analizan muchos.
En fin, ya me lo dijo mi abuela: “Rey, la última impresión es la que queda”. Pero todos quietos en base, la culpa… la culpa no la tiene nadie.
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