CRÓNICAS DESDE LA ISLA: El Cuba va a la fiesta sin ropas

Los de la media bandera, los incompletos, los bloqueados,
llegan con desventaja al Clásico Mundial de beisbol.
Foto Alex Goodlett / The New York Times

Por Boris Cabrera.

La fiesta va a comenzar, afuera la alfombra roja resplandece y los países desfilan vistiendo sus mejores galas. Fotos, entrevistas, poses, declaraciones, euforias y orgullos nacionales están en el ambiente cargado de optimismos y de épicas batallas soñadas.

La música está sonando, los trajes atestados de estrellas le devuelven los brillos fugaces a los insidiosos flashes, es una fiesta grande, el mundo está frenando, se anuncian descansos y negocios cerrados, el Clásico Mundial de béisbol está ahí, se puede tocar con las manos, ya se siente el olor a yerba recién cortada, se pueden escuchar las pelotas amortiguadas por guantes y mascotas, el sonido seco de los bates de madera, los pasos apresurados sobre la arcilla.

Es una fiesta y no puedo disimular mi vergüenza, me ruborizo y miro de reojo, bajo la cabeza y cruzo los dedos, los nuestros están en la fiesta sin ropas. 

En una esquina, alejados del bullicio natural, sin cámaras ni micrófonos, con una desnudez total, exponiendo la piel al suave frio de la noche que se mueve, están los nuestros, los de la verde isla, los que juegan por absurdas cantidades, los cercenados, los de la media bandera, los incompletos, los bloqueados, los que llegan en desventaja. 

Están desnudos, desangrados, llenos de llagas y hambrientos, pero allí están, bajo las sombra, en un punto ciego de la habitación, esperando con ansias a la caballería que vive del otro lado del mar, los que traen los trajes limpios y planchados, los que nunca llegaran, los que han quedado atrapados en la telaraña de lo imposible, de los papeles, de los decretos presidenciales, de las estupideces y las ignorancias. 

No llegaran a tiempo, ya se les fue el barco de la paciencia y la esperanza, se derrumbó el puente de 90 millas y los nuestros, los de la verde isla, se han quedado en la fiesta sin ropas, con una coraza invisible de deseos locos, de empeños, de corajes y de relatos pasados, pero sin ropas, desnudos hasta los huesos, en desventaja y en oprobio sumidos. Con su virilidad al descubierto, en esa fiesta, en la esquina oscura, en un punto ciego de la naturaleza, pero aun con sueños, con planes a corto plazo, inspirados y empujados por millones de avergonzados, que ruborizados y mirándolos de reojo, los aplauden, los siguen, y les piden la victoria, la improbable victoria.

Saludos amigos