A ratos apareció el Gamboa de hace cuatro años, con sus combinaciones explosivas y esos movimientos giratorios que enloquecían al otro hombre encima del cuadrilátero Web Screen Shot |
Por Jorge Ebro / jebro@elnuevoherald.com
Al público no le gustó, a la televisión tampoco, y posiblemente por ahí existan algunos expertos convencidos de que Yuriorkis Gamboa (26-1, 17 KO) vio pasar ya su mejor cuarto de hora por lo visto el sábado en la noche en la velada de HBO.
Quién quiera aferrarse en el análisis de la pelea puntual, tiene todo el derecho para criticar el triunfo de Gamboa por decisión unánime frente al nicaragüense René Alvarado (24-8, 16 KO) , quien poco o nada hizo para darle algo de drama a este combate y servir de buen compañero de baile.
Pero prefiero quedarme con ciertos momentos, algunos pasajes que destrozaron la abulia de esta cita y revelaron, en cuestiones de instantes, al viejo Gamboa que solía demoler a sus rivales casi de solo mirarlos. Eso salva la pelea, salva al gladiador.
Este Gamboa de marzo del 2017 todavía es un trabajo en desarrollo y luego de más de un año de inacción era lógico un poco de herrumbre y cierta carencia a la hora de entender las distancias y los ritmos, más teniendo a HBO como caja de resonancia.
Pero la comparación que hacen muchos no es con el Gamboa de hoy, sino con aquel que ganó dos títulos del mundo y estaba a punto de convertirse en súper estrella, porque estrella ya era desde hacía rato, cuando una serie de sucesos que ya no vienen al caso lo detuvieron en seco.
Aquel Gamboa hubiera despachado a Alvarado solo con la intención, con un simple chasquido de dedos, y a ratos se advirtió este sábado que todavía late algo de él en este cuerpo de hoy, algo lento, aunque lleno de oficio.
Sin avisarlo, de pronto aparecía el Gamboa de hace cuatro años, con sus combinaciones explosivas y esos movimientos giratorios que enloquecían al otro hombre encima del cuadrilátero, pero luego volvía a esconderse.
a pregunta, entonces, gira en torno a la capacidad de este Gamboa para convertir esos momentos en algo más constante a lo largo de 10 o 12 asaltos, contra rivales de mayor consideración. Un Vasyl Lomachenko quizá.
Sin que le levantaran el brazo, ya Gamboa había ganado algo importante con su regreso al ring. Verlo sobre la lona, moviéndose y lanzando golpes, evocaba buenos recuerdos de una carrera que, a pesar de los pesares, lo incrustará en la historia del boxeo y en la memoria de los cubanos.
Ya con su vuelta era suficiente, al menos para mí. No sé para Golden Boy, empresa que mantiene dos peleas más en cartera con Gamboa y que posiblemente le exigirá más en su próxima entrega con un oponente de mayor calado.
Oscar de la Hoya, jefe de la empresa promotora, debió respirar aliviado con ese televisivo y poderoso nocaut de David Lemiux sobre Curtis Stevens, y quisiera que Gamboa recuperase esa dinamita que cargaba en sus puños. Nada como un golpe de contundencia para agitar los ratings en la pantalla chica.
Sin duda, la batalla presenciada en Verona, Nueva York, no fue entre Gamboa y Alvarado -un ente casi inexistente-, sino entre las imágenes viejas y nuevas del Ciclón de Guantánamo. ¿Cuál de las dos prevalecerá? De eso dependerá el futuro del guerrero.
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