Por Jorge Morejón.
Sin Jackie Robinson no habría habido quizás un Roberto Clemente o un David Ortiz en Grandes Ligas. Sin Jackie Robinson…y sin Minnie Miñoso.
Saturnino Orestes Armas Miñoso Arrieta, nacido en el poblado cubano de Perico, fue el primer pelotero latino de raza negra en jugar en las Mayores, dos años después de que Robinson rompiera la barrera racial con los Dodgers de Brooklyn.
Debutó en 1949 con los Indios de Cleveland, el primer equipo en tener un jugador de raza negra en la Liga Americana, cuando el 5 de julio de 1947 colocaron en su jardín central a Larry Doby, casi tres meses después del estreno de Robinson en la Nacional.
En realidad, Miñoso tuvo pocas oportunidades con los Indios, que lo mantuvieron un año después en la Menores y lo transfirieron en 1951 a los Medias Blancas de Chicago, donde el cubano comenzaría a escribir sus páginas más gloriosas.
Hasta entonces, los Medias Blancas no se habían aventurado a tener a ningún jugador de piel oscura en sus filas, ni estadounidense, ni extranjero, pero Miñoso irrumpió con la fuerza de un huracán de categoría cinco, para convertirse en un preferido de la fanaticada en la Ciudad de los Vientos.
Inexplicablemente, quedó segundo en la votación del Novato del Año del joven circuito, que ganó Gil McDougald, de los Yankees de Nueva York, a pesar de que “El Cometa Cubano” lo superó en promedio, hits, carreras anotadas, impulsadas, jonrones, boletos y bases robadas.
Ese mismo año fue uno de los dos primeros latinos en participar en el Juego de las Estrellas, junto al venezolano Chico Carrasquel, su compañero en los Medias Blancas. Sería la primera de siete participaciones en el juego estelar.
Promedió por encima de los .300 en ocho temporadas y dejó su promedio vitalicio de .298. Sobrepasó las 100 impulsadas cuatro veces y acumulo 1,023 en su carrera, que abarcó cinco décadas, desde 1949 hasta 1980, cuando hizo sus últimas apariciones a los 54 años de edad.
Pero a pesar de que ya los negros podían jugar en las Mayores, su carrera no estuvo exenta de vejaciones, teniendo que comer solo muchas veces porque en algunas ciudades que visitaba el equipo le estaba prohibida la entrada a las personas de color en ciertos restaurantes, por apenas citar un ejemplo.
Fue la última estrella de las Ligas Negras en jugar en las Mayores, pues al momento de su adiós, ya hacía mucho tiempo que Robinson, Satchel Paige, Doby y otros, que fueron sus compañeros antes de que cayera la barrera racial, habían puesto fin a sus carreras.
Injustamente no ha sido incluido en el Salón de la Fama de Cooperstown, a pesar de su impacto dentro y fuera del terreno, más allá de sus notables estadísticas.
Eventualmente lo hará, pero ya no podrá disfrutarlo en vida.
El 1 de marzo del 2015 fue encontrado muerto al volante de su auto en una esquina de Chicago. Tenía 89 años.
Lo curioso es que su compatriota Silvio García, otro que brilló en las Ligas Negras, no haya jugado nunca en las Mayores, a pesar de haber sido la primera opción en la que pensaron los Dodgers, por encima de Jackie Robinson, para romper la prohibición racial.
Cuenta la historia que en uno de los habituales viajes de equipos de Grandes Ligas a Cuba, el manager de los Dodgers de Los Angeles, Leo Durocher, quedó tan impresionado con el talento del antillano que lo recomendó a la directiva del club, que ya estaba en busca de una estrella negra para romper la barrera racial.
Según Durocher, García era un pelotero superior a Marty Marion, de los St. Louis Cardinals, considerado en ese entonces el mejor campocorto en Grandes Ligas.
Fue entonces que el gerente general de Brooklyn, Branch Rickey, sometió al cubano a una trascendental entrevista, para conocer cuál sería la reacción de García ante una eventual provocación racista de un rival blanco.
El cubano casi amenazó con iniciar la III Guerra Mundial y Rickey lo descalificó automáticamente, poniendo sus ojos sobre un más educado Robinson, quien sí entendió la magnitud histórica de lo que le estaban proponiendo.
Así se escribió la historia.
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