Martín Dihigo con su hijo cuando jugaba para Cienfuegos Foto tomada del sitio de origen |
Por Darilys Reyes Sánhez.
El amor de una mujer lo dejó a la mitad de camino entre las dos ciudades más importantes de la región y cuyos nombres defendió en su chamarra de pelotero: Santa Clara y Cienfuegos. Fue un flechazo a primera vista, allá por el lejano 1927, el que acercó a estas tierras de Cruces y molinos al mejor jugador del béisbol cubano en todas sus épocas: Martín Magdaleno Dihigo Llanos.
“No es tanto lo que significó este lugar, sino lo que significó África Reina, mi madre, en la vida de Martín Dihigo, explica uno de sus hijos, Martín Francisco Dihigo Reina. Dicen que vino a jugar por acá y allí –señala una esquina del parque- se tropezaron. Sabrá Dios que se dijeron entonces; pero se enamoraron y se casaron. Una vez formada la familia, compartíamos el tiempo aquí o en La Habana, en México…Era la vida agitada de aquellos tiempos, había que buscarse el dinero”.
Dihigo nació en Matanzas, en 1906 y varias ligas, cubanas y extranjeras, disfrutaron de sus actuaciones por cerca de dos décadas. Fue el hombre más completo sobre los diamantes beisboleros, pues no solo jugaba todas las posiciones: se hacía imprescindible en ellas.
“Ahora se habla mucho de records: si uno bateó tanto, otro fildeó más cuanto; sin embargo, uno de los récords más difíciles de igualar en Cuba es el de mi padre, en la temporada de 1935-1936, cuando todavía el lanzador bateaba y él fue champion bate y champion pitcher en la misma temporada. Y lo consiguió en más de una ocasión. Por supuesto, ahora el pitcher no batea; pero aunque lo hiciera…”.
No por gusto aparece en los salones de la fama de cinco países: Cuba, República Dominicana, México, Venezuela y los Estados Unidos. Tampoco son casuales los motes con los cuales lo inscribe la historia: el Inmortal, el Maestro, el Don.
“Antes de morir venía por las tardes aquí, a este banco, con su libro de las guerras de independencia de Cuba de José Miró Argenter, comenta su hijo. O conversaba con sus amigos; los muchachos le preguntaba de deportes y él les contestaba. A veces iba al estadio…
“El entierro de Martín Dihigo fue uno de los acontecimientos más grandes de este pueblo. Muy, muy grande, asegura. Aquí se utiliza llevar el féretro en brazos unas cuadras y te digo que yo no pude cargar a mi padre. Cada vez que me acercaba me decían: ‘tú lo tuviste bastante tiempo contigo, ahora nos toca a nosotros’.
“Todavía hay mucha gente que habla de él; pero ya hay un cambio generacional considerable”.
Son varios los intentos por rescatar su grandeza, aunque no del todo proporcionados: una olvidada tumba (quizá más visita por turistas foráneos que de casa), una céntrica sala en el Museo municipal, el nombre de un apartado estadio… Falta siempre la grandeza del monumento, de un sitial de honor para el recuerdo, la gallardía del rescate… Falta siempre salvarlo del olvido porque, incluso ausente, a este pedacito de la geografía cienfueguera lo inmortaliza la sola mención de su nombre.
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