Por Boris Cabrera.
No sé si fue un ángel, ese que pasa entre dos personas y se roba la voz, el que pasa y perpetua el silencio en el aire, pero algo pasó, algo pasó entre Roger Machado y Víctor Mesa en tierras norteamericanas, un animal prehistórico o ente endemoniado, algo exótico e inaudito, veloz y desordenado, que dejó tras de sí un viento frio y les robó la capacidad de unir, de guiar un conjunto por la senda victoriosa, algo que pasó, una especie de chupa cabras indefinido que se alimentó de los poderes de análisis, del pensamiento novedoso, de la inteligencia o del aché criollo.
Fue algo que pasó entre los dos, una caprichosa bruja o un santo mal hecho, algo que solo les dejó la impotencia, el desespero, la justificación y el arte de protestar airadamente.
Tiene que ser algo sobrenatural, de otra dimensión, un muerto que en vida fue una gloria del beisbol mal atendida, de esos que vagan por los estadios vacíos en las frías madrugadas, o una maldición terrible salida de las bocas de otrora directores desplazados o sancionados por oscuros mandamientos.
No encuentro otra explicación, Roger, el que más gana campeonatos nacionales, el de la vitrina desbordada de premios y reconocimientos.
Víctor, el que muere en la orilla pero gana más juegos que nadie, el que llena estadios y motiva a millones.
Ambos con la cara hinchada, llevándose todo el descrédito que encontraron en la arcilla, ahogándose con el elixir amargo de la burla y la desilusión, convertidos en una mascota inmensa que recibe nuestras rectas más duras y nuestras decepciones más íntimas.
No sé qué fue, pero algo pasó, no entenderé las palabras de psicólogos ni eruditos, ni de tesis que hablen de lanzadores de más de 90 millas, no comprendo de cambios de temperaturas, ni a catedráticos que dan conferencias sobre el difícil arte de batear, mucho menos que me hablen de cansancios ni de árbitros mediocres, jamás un equipo de pelota había tenido tan vergonzosa actuación en tierras foráneas, por eso no lo entiendo.
Algo pasó entre los dos que los dejó desnudos en el terreno de juego, que los mando de súbito al corredor de la muerte, algo que en tiempo record construyó un patíbulo en el verbo de nosotros los aficionados, quizás sea un ángel, como el de Silvio, un ángel perverso y descarriado, un ángel que pasa, que besa y abraza, un ángel para un final, para el final de Roger Machado y Víctor Mesa al frente de nuestro equipo nacional, solo así, podría derogar las culpas y los pecados que nos habitan ahora mismo, en este minuto, a todos nosotros.
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