El espirituano Ismel Jiménez viene de regreso, retando a la medicina y al destino

Por esta entrevista llevan esperando los espirituanos y buena parte de los cubanos al menos dos años.
Por esta entrevista llevan esperando los espirituanos
y buena parte de los cubanos al menos dos años.
Foto: Vicente Brito
Por Elsa Ramos.

Por esta entrevista llevan esperando los espirituanos y buena parte de los cubanos al menos dos años. El compás de espera nació en septiembre del 2015, cuando Ismel Jiménez Santiago regresó de la liga canadiense con su brazo de lanzar partido en dos.


Sobrevino una fase de dudas, soledad, miedos. También de recuperación, esperanza, sueños. “Todavía no quiero hablar”, me repitió cada vez que le pedí dialogar por exigencia de la afición. Respeté su silencio y lo entendí. Para un hombre acostumbrado a ganar, no es fácil verse de brazos y mente atadas, mucho más con el box tan cerca y ese impulso irrefrenable de subirse a él.

Hasta que la medicina, su voluntad y la vida le permitieron coger otra vez una pelota en sus manos y lanzar dos innings, no accedió a conversar. Dos innings que significaron un juego entero: “Le lancé a los de la reserva de los Gallos esta serie y es lo mejor que me he pasado, poder coger la pelota y lanzarla, la alegría y la tranquilidad comenzaron a llegar, fue una mezcla de muchas cosas. No sentí molestias ni dolor en el brazo que respondió a la exigencia del momento, pude dominar a bateadores activos, con trabajo, pero pude, me sentí hecho, realizado, como una recompensa al esfuerzo de tanto tiempo, de ir al estadio hasta los domingos”.

Fue entonces el inicio de todo, hasta de querer hablar. Eso sí, puso condiciones: escribir una lista de agradecimientos con tantos nombres que llenarían estas páginas. “Quiero agradecer a todo el que ha aportado algo en mi recuperación. A mi familia toda: mis padres, mi esposa, mi hijo… En Topes de Collantes no puedo dejar de mencionar a José, Dago, Alfredo, al director del complejo teniente coronel José Luis Camacho, la mayor Tania Pérez, a todo el colectivo, desde los camioneros que me subían y me bajaban, hasta Tomás Pardo, que fue como mi guía, mi padre. A la gente de la cámara hiperbárica del Hospital Camilo Cienfuegos, a Leide, el fisioterapeuta de Santa Bárbara, al primer secretario del Partido en la provincia, a la presidenta del gobierno, a Bermúdez, el director del Inder, a Ventura, el comisionado, al equipo de los Gallos, a Cepeda, a los choferes que me llevaban a La Habana, a Liborio y Deibi y en particular a tres personas un agradecimiento infinito: los doctores Remberto Pérez, Mario Jiménez y Liván, el ortopédico del Frank País, ellos nunca me dejaron caer ni cuando me sentía afligido”.



Y comenzó el recuento de más de dos años, en un anonimato necesario.”Estos dos años han sido como un siglo, dejar de hacer lo que he hecho toda mi vida, ha sido una meta difícil”.

Mas admite la paradoja: “En parte estoy contento de haberme lesionado, en este tiempo me he sentido una persona muy querida por el pueblo. Cuba entera se ha preocupado por mí, incluso los del equipo de los Capitales de Quebec hasta me han llamado para que vuelva. Eso me ha dado la fuerza para estar como ahora: lanzando en los 60 pies, con la slider y la recta que tenía… Me falta un poco para ser el Ismel Jiménez que era, pero eso lo voy logrando en el camino”.

“En lo físico me falta lo de estar encima del box, era un lanzador que pitcheaba cada cierto tiempo y eso me mantenía en forma física, hace rato que estoy aislado y eso me ha hecho perder en los movimientos, la mecánica, me falta enfrentarme un poco más a los bateadores, pero lo estoy alcanzado gracias al colectivo del equipo y a José Raúl, que ha tenido tremenda paciencia”.



Su mente viaja hasta el calvario inicial: dudas, llanto, desplome. “Hubo momentos en mi casa que me sentí solo, que la mente se me cerró. Al principio venía al estadio a correr y sentía que el mundo me había caído encima, pero la gente comenzó a darme apoyo, mi familia no descansó. Fue difícil porque la fractura no me hizo tanto daño como el yeso que me inmovilizó el brazo por mucho tiempo y eso me debilitó todos los músculos, los tejidos, tenía el brazo prácticamente de un niño chiquito, entonces tenía que fortalecerlo desde el dedo hasta el hombro para que lograra la fuerza y elasticidad requerida y poder lanzar otra vez a la distancia del box. Si le decisión hubiese sido otra, como operarme, quizás estuviera lanzando o no, ¿quién sabe?”.

Sintió miedo y lo asume: “El mayor fue lesionarme así fuera de mi país. Los médicos canadienses querían operarme, pero les dije: No, tengo mis médicos en Cuba, pónganme un yeso, un avión y me dan una pastilla para poder llegar que ese problema lo arreglo allá, sentí miedo de ser tan intrépido, de decir eso, sabiendo la gravedad, temí que la fractura del hueso se desplazara, pero no sucedió. El húmero se me demoró un poco en consolidar, pero los dietistas me apoyaron en lo que debía comer para lograr eso. Ya el médico de La Habana me dio el alta y me dijo que podía hacer cualquier cosa hasta cargar un cubo de arena, pero para quien va a lanzar con su brazo, requería más tiempo”.

También llegaron los llantos. “Un cubo, una tanqueta, creo que la desbordaba, a veces iba a la laptop y veía muchas cosas o veía a los Gallos perdiendo y yo sin brazo… Eso me sacaba las lágrimas, pero lo peor fue mi niño, viendo la pelota por televisión, me dijo: ‘Papá, tu pitcheas ahí, tu vas a pitchear otra vez ahí’… Mira, eso de que los hombres no lloran es un cuento”.

Y es verdad. Lo sé porque ahora, sentado en las gradas del Huelga y hurgando en baúles, una lágrima asoma. Casi cae, incluso, sobre su uniforme de entrenamiento.



¿Cómo puede un hombre reponerse cuando las placas indican lo peor?

“Le pregunté a los médicos de Canadá si era posible lanzar otra vez, con esa fractura total del húmero y me dijeron que sí. En Cuba le pregunté lo mismo a Remberto y a Liván, y también me dijeron que sí, que todo estaba en el tiempo de consolidar la fractura, de fortalecer los músculos. Me gusta lanzar y eso nunca se me quitó de la mente y de hacerlo con calidad, obtuve más victorias que fracasos y no me gustaría que el tiempo me cobre factura, por eso me he preparado sin desespero, en esta serie tuve momentos de que si voy a lanzar o no y el médico me recomendó esperar, a lo mejor no seré el mismo de años atrás, pero sí quiero que se parezca lo más posible a ese Ismel de antes”.

Buscó y encontró asideros de todo tipo. Luces en el túnel, le dicen. “Tuve otros miedos, pero personas como Caña Ramos se me acercaron, él me contó que una vez a Luis Armenteros, lanzador de Azucareros, le traqueó el brazo y el ‘traquío’ se oyó en todo el Latinoamericano, el tipo saltaba de dolor, le pusieron un yeso y al poco tiempo lanzó. “No te preocupes, me dijo, si tienes voluntad, vas a lanzar otra vez”.



Otro día llegó un hombre a mi casa diciéndome que él se había caído de una mata y le pasó lo mismo: lo puse a tirar una piedra y la lanzó lejos con velocidad, entonces le dije: ¡Ño!, si tú sin entrenar hiciste eso, yo puedo lanzar otra vez”.

En medio de todo fueron y vinieron tratamientos, consejos, decisiones. “He pasado por muchos lados, tratamientos, recuperaciones. Las ganas de lanzar son increíbles, al punto que cualquiera me dice: súbete en las gradas y tírate de cabeza y lo hago. Escondido del médico he hecho veinte mil cosas que a lo mejor están contraindicadas, pero creo que me han aportado”.

Ha vivido la presión de tener el box a metros de su brazo. “Hay mucha gente que me dicen: Ismel, ¿cuándo? Y yo les digo: No sé la fecha, ni el año. De aquí a dos años, a cinco, no sé el tiempo que sea, pero yo voy a lanzar. Esa presión me llegó y por eso quería salir sin estar listo un 100 por ciento, quería hacer lo que el púbico estaba pidiendo: a pulmón, a corazón, a pantalones… y eso me afectó, pero el médico Remberto y Mario me aplacaron, me decían: No es aconsejable que salgas, que te den cuatro jonrones y salgas del box muy mal. Para mi primera salida mi mente no está en un jonrón, sino en salir con calidad que es sacar el out que hace falta”.




Por eso quizás rehúye la pistola y la pregunta: ¿Cuánto tiras? “Hace un tiempo me midieron la velocidad pero me dijeron: No, todavía, espera un poco más y de ese tiempo hasta hoy, he alcanzado más millas, pero no me las han medido porque no hay apuro. A veces forzando una velocidad te estás fajando contra el receptor, viene un esfuerzo de un ligamento y puede venir otra lesión, y eso es lo que estamos evitando”.

Para “esconderse” de los medios, Ismel tuvo razones que van más allá de su hoja de servicios a los 31 años: 131 triunfos y 56 reveses en once campañas. “Me aparté porque no quería hablar sin sentirme un poco más fuerte, más seguro, te dije que no quería crear falsas expectativas, de voy a pitchear mañana y no salir, de decir que estoy bien y no lo estoy y después el destino me la cobra o la gente me lo echa a mal. Quería estar como estoy hoy: seguro de mí, de mi brazo, de que me va a responder. Como van las cosas pienso que para la próxima Serie Nacional pueda estar de abridor, caminar un juego completo. Yo quiero ganar, perder, en fin, parecerme a como yo era antes, o mejor”.


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