Miguel Alfredo era de esos pitchers que disfrutaba el juego, que amaba lo que hacía y no le interesaba otra cosa subirse a la lomita. Foto tomada del sitio de origen |
Por Yirsandy Rodríguez.
Si de béisbol se trata, la noticia es el más amargo e inesperado de todos los strikes tres: Ha muerto este viernes en La Habana el ex lanzador cubano Miguel Alfredo González… y es extremadamente difícil aceptar su partida con tan solo 34 años.
Un accidente automovilístico apagó su vida en las primeras horas de este viernes, mientras se encontraba de visita en Cuba, de regreso a su natal municipio del Mariel. Cuando la noticia comenzó a multiplicarse y tomar altura como un fly en las Redes Sociales, me encontraba mirando el inicio del doble juego entre Granma e Industriales, pero… ¿cómo creerlo?... Es difícil procesar una noticia tan impactante, de esas que no quieres aceptar por muy real que sea. Más no podemos evitarla, a veces la realidad es dura y tenemos que resignarnos ante estas patadas de la vida.
Yo admiraba muchísimo a Miguel Alfredo González, aquel muchacho que conocí cuando tenía 19 años y acababa de salir de los juveniles, poseedor de unos inmensos valores y fundamentos como persona y pelotero. Quienes pasaron, aunque sea un corto tiempo junto a él, no me dejarán mentir: Ante cualquier circunstancia, su disposición era al instante y sin vacilar, como cuando un pitcher valiente no se deja intimidar en el box y lanza un “first pitch” con bases llenas y dos outs. Si le hacías una pregunta, te dedicaba un espacio sin apuro, y en cada palabra te daba el corazón, desbordando esa sencillez y sinceridad que lo caracterizaba hasta con sus gestos. Para jugar al béisbol, él era como un niño que se siente atado dentro del dugout, con incontables cuotas de desesperación, pensando en que le brinden la oportunidad de irse a la lomita y demostrar ahí su pasión al ritmo de cada lanzamiento.
Fruto de la confianza en su perspectiva
Miguel Alfredo era de esos pitchers que disfrutaba el juego, que amaba lo que hacía y no le interesaba otra cosa subirse a la lomita. Por eso sabía la importancia de darlo todo por la victoria en cada desafío. Ahora no dejo de recordar las palabras del profesor Javier Galvez, uno de los mejores entrenadores de pitcheo que he conocido en Cuba, cuando me dijo en una Copa Antillana de Acero en noviembre de 2005: “Tenemos a varios casos de lanzadores jóvenes con perspectivas aquí… pero si ese muchacho —señalando para Miguel Alfredo, que estaba a dos o tres metros a su izquierda, tosiendo y con un vaso plástico en la mano para beber agua— mejora su comando, no su control… ¡apúntalo ahí en ese line up como abridor!, porque él llegará lejos”.
De un lanzador más… a dueño y señor de la Postemporada
Esa es una de las principales razones por las que siempre he admirado a Galvez: Su visión. Aunque, sin duda, su ética y profesionalidad también lo convierten en alguien admirable. El salto de González fue el fruto de la confianza en su talento (a veces oculto). Demoró cuatro años después de aquellas sabias palabras del profesor Galvez, pero fue una explosión que sorprendió a todos, porque no tuvo escala para ir directo al estrellato. De la manera en que Miguel Alfredo lanzó en aquel playoff de 2009, siendo el héroe absoluto sin presentación en un cuerpo de pitcheo donde comenzó como último abridor, es imposible olvidarlo.
En esa 48 Serie Nacional, el derecho del número “75” en los Vaqueros del Habana, lanzó para 2.86 ERA, con récord de 8-4 y 101 ponches en 126 innings, registros que marcaban un récord personal. Fue el cuarto lanzador más ganador del equipo, a solo un éxito detrás de Jonder Martínez, Yadier Pedroso y Yulieski González, quienes ganaron nueve juegos cada uno. Pero llegó la postemporada… el momento más estresante para el equipo Habana, que solo dependía de un maravilloso pitcheo, defendido con un line up de limitado poder, donde apenas sobresalía la fuerza al bate de Ernesto Molinet. Once juegos después, los Vaqueros estaban por segunda ocasión en la finalísima, dejando atrás a Isla de la Juventud y Pinar del Río, este último el amplio favorito de la postemporada.
¿Cómo clasificó a la finalísima el Habana?: Con tres vitales triunfos de Miguel Alfredo en igual número de aperturas. En apenas dos semanas, el jovencito de 25 años protagonizó lo que se recuerda como una de las actuaciones más dominantes en la historia de la postemporada del béisbol cubano.
Estuvo a un nivel por encima de muchos de sus compañeros, que ya tenían contadas experiencias con el team Cuba en eventos internacionales de gran peso como el Clásico Mundial de Béisbol. Ganó todas sus cinco aperturas en 38 episodios de labor, casi promediando ocho innings por inicio. Ponchó a 34 rivales —tasa de 8.05 SO9— y solo obsequió cinco bases por bolas, para una efectividad de 1.18. Su récord de (5-0) quizás no fue mejor, porque él no inició como lanzador principal de cada serie de postemporada. Sin embargo, en solo cinco presentaciones ganó la misma cantidad de juegos que la combinación de Yadier Pedroso (2-1), Yulieski González (1-1) y el relevista Miguel Lahera (2-0) en todos los playoffs de esa campaña.
Orgullo y gloria eterna: Ganar el campeonato
El 4 de junio de 2009, Miguel Alfredo González hizo feliz a la afición y todo el equipo de los Vaqueros del Habana, entregando una joya de pitcheo para la historia, con el único campeonato en 34 participaciones en Series Nacionales, tras la desaparición del team en 2011. Fue una blanqueada de 6-0 en el Juego 5 de la Final frente a Villa Clara, que a su vez pasaba por una sequía de 14 temporadas sin saborear el título. En apenas 3 horas y 13 minutos —estresantes para muchos— mandó a apagar las luces del estadio Augusto César Sandino, paseándose todo el tiempo sin nervios, como dueño y señor del pensamiento y artista del box. Consiguió ocho ponches y admitió apenas cinco hits, con el sello de que ningún oponente alcanzó más de uno.
Conteo inesperado: La recta final
Sin pedir permiso, Miguel Alfredo entró en nuestros corazones, siempre regalándonos momentos únicos e inolvidables con sabio derroche de humildad. Así también ocurrió con su debut en el equipo Cuba en 2009, durante el Mundial en Europa, donde en 19.2 innings dibujó 26 ponches y marca de (3-0) en apenas cuatro salidas, tres como abridor.
Se despidió de las cuatro letras con cinco participaciones en torneos internacionales (7-2, 1.86 ERA), después de conseguir un excelente pitcheo en los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011: Registró marca de (1-0) y 13 innings sin admitir carreras, aunque ya se quejaba por una molestia en su prodigioso brazo derecho. Así pues, dejando a un lado los problemas de lesión, intentó nadar contra la corriente en busca del sueño que tiene casi todo lanzador de béisbol: Probarse en las Grandes Ligas.
Firmó con los Filis de Filadelfia por 60 millones de dólares en 2013, pero su codo estaba resentido, y el jugoso contrato terminó en 12 millones por tres años. Después de esa tempestad, logró lanzar en las Mayores tras irse con (0-6, 3.59 ERA) en Ligas Menores, aunque solo tiró seis innings para los Filis, registrando discreta marca de (0-1) y un altísimo 6.75 ERA.
En el instante de su partida eterna, Miguel Alfredo se encontraba de visita en Cuba, ya que mantenía una constante atención a sus familiares, amigos y asuntos personales. Para el mundo del béisbol, su pérdida se une a la reciente pérdida de Roy Halladay, quien falleció a los 40 años en un trágico accidente aéreo. Halladay era un potencial Hall Fame en el futuro cercano, tras hacer una gran carrera de Grandes Ligas en los Blue Jays y los Filis de Filadelfia, digna de dos premios Cy Young en 2003 y 2010, con cada uno de esos equipos, respectivamente.
Si damos un giro al pasado, en septiembre sufrimos recordando un año de la muerte de José Fernández en un accidente de bote en 2016. Y tres años antes, el 16 marzo de 2013, es duro recordar como otro prodigio del montículo, Yadier Pedroso, perdía la vida también en las carreteras.
El dolor es inmenso y el golpe es insuperable, a no ser que nuestra defensa encuentre consuelo en cada momento de alegría y emoción que nos brindaron todos estos grandes pitchers con su obra. Ya que cada uno de ellos fueron genios cautivadores de la pasión en nuestros corazones entre bolas y strikes.
Que importan ahora los números… no es una cuestión de estadísticas. El juego de béisbol es mucho más que eso. Cuando muere un hombre que se entregó y su obra fue significativa dentro del diamante, se hace inmortal por siempre.
Todos los hombres mueren, pero la historia queda, y su gran legado es imborrable.
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