La amistad y la rivalidad entre Carlos Tabares y Pedro Luis Lazo

Las razones por las que estas dos estrellas de la pelota cubana siempre andan juntos, en las verdes y las maduras.

Las razones por las que estas dos estrellas de la pelota cubana siempre andan juntos, en las verdes y las maduras.

Por Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga

Hoy, queridos lectores, no acudiré a los números para demostrar la valía de quien dice adiós en el terreno. Solo lo haré por un binomio esencial en nuestra pelota. Ellos cargan el placer de la amistad. La vida los puso en trincheras opuestas y desde ahí surgió una especie de hermandad beisbolera. Y no pensemos en entregas al contrario, porque el azul le jugaba a partirse el alma y el verde hasta le dio pelotazos. Rivales en el terreno, hermanos en la vida. Ponches y batazos, batazos y ponches.


Uno pregunta por el otro, siempre andan juntos, en las verdes y las maduras. Disfrutaron del Clásico Mundial y de aquella jugada envolvente y pícara de otro evento donde timó al arbitraje. Del ponche propinado a Solano que los llevó a la gran final, y las lágrimas de la caída definitiva ante los nipones.

Tabares es un amigo de verdad, sencillo y tierno en la vida, fiero e indomable en el juego. Hasta siente una pasión desmedida por la lectura, ora deportiva, ora comedias o novelas. Dedica buenos ratos a elevar su capacidad intelectual, la misma que lleva a los jardines o al cajón donde acude con la misión de hacer lo necesario: tocar con maestría, batear detrás del corredor, avanzar en las bases y domeñar bolas escurridizas que caen en su privilegiado guante, cual si las hubiera parido; hasta las acaricia.



Lazo, un reductor de bateadores, acostumbraba a lanzar las primeras pelotas a la malla, con velocidad prohibida, y el Latino se alborotaba al compás de Armandito el Tintorero. Algunos le temían, no Carlos, quien sabía bien de esa entrada al box de quien tiraba cascarillas al dugout, o aparentes cascarillas antes del desafío y las recibía de su otro amigo, el gran Enriquito.

Pero Tabares es más que todo eso, es amistad, orgullo, camaradería… Prefiero hablar de él fuera del desafío. En cuanto libro presento en la capital, aparece y se me sienta al lado a firmarlos. Jamás niega el abrazo y la compartición. De ahí lo conozco personalmente y admiro tanto. Aunque quisiera verlo caminar al dugout cabizbajo y vestido de azul, lo lamento por el rival decoroso.



Ahora dice adiós, pero anclará en otros menesteres beisboleros, porque lleva la bola por sangre y la sangre le hierve por la bola. Ellos no pueden separarse. Y de cerca, o en la distancia, Tabares y Lazo seguirán cultivando el don bendito de la amistad.

El Coloso del Cerro y la patria toda vibrarán con una despedida de entrega total en un cuarto de siglo. A los Azules se le humedecerán los ojos. Y los que no lo somos, también lo sentiremos en lo más hondo, porque verlo jugar ha sido como incorporar al diamante un gigante, cual Odiseo y el arco que logró domeñar. Y nadie podrá dudar la presencia del amigo que desplazó a Zeus en el Olimpo del box cubano.

Carlos se retira. ¡Adelante Tabares!



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