La magia de un guante o lo que es lo mismo, Carlos Alberto Tabares Padilla

Tabares ganó casi todo lo que se puede ganar en este deporte. El béisbol fue bueno con él y él fue mejor con el béisbol.
Tabares ganó casi todo lo que se puede ganar en este deporte. El béisbol fue bueno con él y él fue mejor con el béisbol.
Por Luis Autié.

Hoy, Carlos Alberto Tabares Padilla se retira. Tabares es pura energía, contenida en algo más de un metro 70 de estatura. De forma misteriosa nuestra mente proyecta su imagen, indefectiblemente, cada vez que vemos el número 56, en cualquier sitio. Su brazo izquierdo perdió hace 25 temporadas su forma humana, pedestre, para adoptar un apéndice perfecto en forma de guante, que solo son capaces de exhibir los inmortales de este juego.


Estuvimos a punto de perdernos su historia, cuando a pesar de su elevado rendimiento no fue escogido para una preselección juvenil a finales de los años 80. Como premio de consolación, le regalaron una camiseta azul Prusia, con el dorsal 56, y prometió a su padre que haría grande ese número. Una década después, en 1998, después de haber descosido pelotas con el equipo Cuba en Nicaragua, Holanda e Italia, se tomó la decisión de separarlo de la selección. Ha confesado que todavía nadie le ha explicado el porqué. Pero su regreso a los eventos internacionales demostró que para Carlos valía más el nombre del frente de la camiseta que el de la espalda. El deporte le demostró que la justicia existe.

Tabares ganó casi todo lo que se puede ganar en este deporte. El béisbol fue bueno con él y él fue mejor con el béisbol. Enumerando, someramente, sobresalen dos campeonatos mundiales, seis títulos en Series Nacionales, siempre vistiendo la franela azul de Industriales o la medalla de oro panamericana en Santo Domingo, en 2003.





Allí, en el partido contra Estados Unidos, el público reunido en el estadio de Quisqueya presenció una obra de arte en 32 pasos, culminada con un fildeo descomunal. Varias veces dijo el jardinero que se preparaba para saber hacia dónde iría la pelota, con tan solo escuchar el sonido del bate al hacer contacto.

En 2004 se colgó del cuello la presea más importante de su carrera, cuando escaló a lo más alto del podio en Atenas. Allí, en la final contra Australia, su desplazamiento y picardía le dieron el triunfo a Cuba, tras una jugada contra la cerca perimetral que Tabares resolvió con una bribonada propia solo de mentes que funcionan a otras revoluciones. Y la plata en el Primer Clásico Mundial merecería un texto aparte.





Su mente lúcida, ágil y privilegiada para leer esa suerte de ajedrez que se juega sobre un diamante de béisbol fue la que hizo que, al tomar las riendas del equipo Industriales, Víctor Mesa lo seleccionara para formar parte de su staff de trabajo. Desde tercera, cuando juegan los capitalinos, Tabares se muestra como un director en potencia. Ya ha expresado su disposición de dirigir al equipo de sus amores.

Cuelga los spikes el capitán, el último artista de una gran generación, el catedrático del hit a la hora buena, el artesano del fildeo. Hoy, a las 6 y 56 de la tarde, en el Estadio Latinoamericano, sobre el manto verde donde dibujó su historia, 1 956 hits, 1 059 carreras impulsadas y 102 cuadrangulares después, se hará oficial su retiro. Pero, glosando desordenadamente a cierto cronista, podemos asegurar que el béisbol no son las estadísticas. El béisbol es haber podido ver a Tabares lanzarse en el center para atrapar una pelota, con la ingravidez interminable propia de los grandes.


Comentarios

Síguenos en Facebook