Nadie, ni en Grandes Ligas ni en Ligas menores, deja en el banco a un slugger, y mucho menos si es el que más pelotas botó en el campeonato regular |
Por Norland Rosendo Gonzalez
Empezó enero más redondo que de costumbre en Cuba. Empezó rodando, y todo el mes estará dando vueltas, porque es época de play off de la Serie Nacional. Es tiempo en que las manchas de nuestra pelota, que no son pocas, pasan a un segundo plano, y el protagonismo se lo roba, por unas semanas, la postemporada.
Los estadios se abarrotan, en cada esquina se improvisa una peña; es trending topic sobre Cuba en las redes sociales. Uno se acuesta, sueña y amanece hablando de béisbol. El jueves último, por ejemplo, no quisiera estar en el pellejo de mi amigo Carlos Martí. Menos mal que él cambió su teléfono particular y pocos saben su número, si no, los insultos y las críticas le tendrían los oídos tupidos, después que apostó por dejar en el banco al líder en jonrones de la temporada, Lázaro Cedeño, para reforzar una defensa, que para colmo de males, no estuvo hermética. El remedio fue, como me dijo un furibundo granmense, peor que la enfermedad.
Pero desde mi punto de vista, en el juego inaugural contra Matanzas, ni clonando a Cedeño y a Alfredo Despaigne y colocando a nueve sluggers como ellos en la alineación le ganaban a Yoanni Yera, ese zurdo que le debía un triunfo así a sus parciales y a sí mismo.
Para mí, el primer ponche a Despaigne fue una jugada clave en el partido. Muchos pensaron que Víctor Figueroa iba a indicar que lo mandaran para primera sin lanzarle, pero sucedió todo lo contrario, le dijo a Yera: lánzale, y domínalo. Y el zurdo matancero, le lanzó y lo ponchó. Y se creció, y fue domador de Alazanes toda la noche.
Le ponía y le quitaba a la recta, que llegó hasta las 96 millas por horas en su versión supersónica, y la iba mezclando con la slider, que suele caerle en zona mala, pero a la que muchos bateadores le van descolgados. Yera, el máximo ponchador de la temporada, esa noche le recetó diez “cafés amargos” a una tanda que se jacta de su poder.
Martí pecó en algo que ya está superado en el mundo. Nadie, ni en Grandes Ligas ni en Ligas menores, deja en el banco a un slugger, y mucho menos si es el que más pelotas botó en el campeonato regular. La tendencia del béisbol moderno es darles prioridad a los hombres de batazos largos; esos siempre tendrán cabida en el line up frente a los que brillen por sus habilidades con el guante, el mascotín o la mascota.
Desde que fue anunciada la alineación, se les veía el herraje suelto a los Alazanes y para ganar en esta carrera, ante unos Cocodrilos estables, fuertes y de mordiscos violentos, había que tener bien puestas las herraduras, las mejores, las más consistentes, las que sirvieran para dar patadas de mulo. Aunque esa noche, reitero, nadie podía con Yera, el pintor de la noche; donde había cierto gris histórico pasó su pincel embarrado de Rojo escarlata y no dejó margen a las dudas de antaño. Este no era el Yera de antes; es otro, el Yera que él siempre quiso ser: dominante, seguro, confiado, estelar. Grande.
Si por el pitcheo fuera, Matanzas les saca cinco metros a los Alazanes; si el play off se decidiera por los batazos grandes, Granma tiene “muñecas” más robustas, incluso, cuenta con las de Cedeño en el banco, esperando que le den su oportunidad.
Por las declaraciones de Carlos Martí que sigo leyendo, Despaigne continuará de designado y Cedeño, aplaudiendo desde la cueva, mirando de reojo a la batera y al mentor, por si este le dice: “Dale, empínala”.
Si Granma pierde este play off y Cedeño apenas juega, a Martí no le bastará con cambiar el número de su teléfono particular; probablemente tenga que cancelar la línea por un buen tiempo.
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