Los detalles del regreso de Alexei Ramírez al Latinoamericano, 10 años después (+FOTOS)

Alexei Ramírez se paseó por las gradas del Coloso del Cerro, acompañado de Luis Girando Casanova y antes de partir, se fundió en un abrazo con Carlos Tabares
Alexei Ramírez se paseó por las gradas del Coloso del Cerro, acompañado de Luis Giraldo Casanova y antes de partir, se fundió en un abrazo con Carlos Tabares
Fotos de Otmaro Rodríguez, tomadas del sitio de origen
Por Erick Caraballoso.

Algunas imágenes, dicen, valen más que mil palabras. A veces logran más que una frase; otras, más que todo un discurso.


Sábado 13 de enero de 2018, estadio Latinoamericano de La Habana. Al terminar el quinto juego semifinal entre Las Tunas e Industriales, uno de los protagonistas de la foto baja de la grada desde donde ha visto el partido.

Va en busca de los bancos, de los pasillos por donde saldrán los peloteros que acaban de batirse en el terreno. Debe dar un rodeo, no está autorizado a bajar hasta ahí aunque pocos se atreverían a negarle el paso.

Hace ya una década que no juega béisbol en la Isla. Ahora, de visita, los micrófonos de la televisión no lo buscan para una entrevista. Su nombre no es dicho en la amplificación del estadio.

Camina sonriente, relajado. Va acompañado de Luis Giraldo Casanova, pinareño como él, que lo acompaña como un padre o un hermano mayor.



No es invisible para los fanáticos. No puede serlo. Como antes en la grada, la gente le habla, le pide selfies, autógrafos, y él los complace. Sobre todo a los niños. “No has cambiado nada”, se oye decir a uno de los que se detienen a saludarlo.

Minutos atrás, el fotógrafo lo vio en la distancia y apretó varias veces el obturador. El fotografiado, en la distancia, le devolvió un saludo. Cuando baja por fin a los bancos, el de la cámara lo sigue.

El fotógrafo lo ve dar la mano a jugadores de Las Tunas, animarlos a pesar de la derrota. Lo ve sonreír, siempre sonreír, con Casanova –como quien quería ser de niño– a su lado. Luego, enfila sus pasos hacia la cueva de Industriales.

Entonces frente a él, inevitable, aparece el otro protagonista. Viene vestido de azul, con la I blanca bordada en la gorra azul y el número 56 debajo del abrigo.



Ha estado nueve innings sobre la grama, entre el banco y la zona del coach, y tras la victoria de su equipo busca la salida del estadio. Pero el que llega abre más, si se puede, su sonrisa. Y el de azul, que recién se retiró como jugador, le responde con otra sonrisa. Y un abrazo.

Quienes los rodean activan el flash de sus celulares. El fotógrafo también registra el momento. No es una imagen construida, preciosista, sino espontánea, tan emotiva como el gesto que captura su lente.

Los dos hombres hablan, como dos viejos amigos, como los compañeros que fueron en aquel memorable equipo Cuba del primer Clásico Mundial.

¿Cuántas veces se enfrentaron en las Series Nacionales? ¿Cuántas otras compartieron vistiendo el uniforme de la selección nacional?



Luego, cada uno siguió su camino. Caminos brillantes. Para llegar hasta hoy.

El primero se fue de la Isla y eslabonó –hasta ahora– nueve temporadas en el mejor béisbol del mundo. Dos Bates de Plata y un Juego de las Estrellas en la MLB coronan una carrera que luce números como sus 270 de average, 392 de slugging, 143 bases robadas y 115 jonrones.

En Grandes Ligas mostró su versatilidad jugando en el cuadro –sobre todo como torpedero–, y los jardines, e incluso lanzó en un partido.

Aunque sus jugadas no volvieron a verse en la televisión cubana, el público de la Isla siempre le fue fiel. En diciembre de 2015 regresó junto a otras estrellas a una clínica de la MLB en La Habana y el Latino lo recibió con euforia.



“Es muy lindo que los cubanos se sientan orgullosos de uno”, le dijo hace dos años a OnCuba.

El segundo siguió en La Habana. Hizo no pocos equipos nacionales y defendió hasta las últimas consecuencias el uniforme azul. En 25 campañas en la Isla promedió para 307, con 102 vuelacercas, 412 de slugging y 222 estafadas.

A la defensa, brilló como pocos en el jardín central. Su average defensivo de 978 no revela en verdad sus habilidades con el guante.

Aunque fue –y es– un icono de Industriales, equipo con el levantó seis gallardetes cubanos, toda la afición de la Isla lo reconoce y lo admira. Su disposición a “dejar el pellejo en el terreno”–frase que acuñó durante el primer Clásico– le ganó el respeto de los fanáticos.



Hace unos días, en su despedida oficial, el público le regaló una de las mayores concurrencias que recuerda el Latinoamericano.

Ahora, en una foto, queda el abrazo entre los antiguos compañeros. Entre dos grandes del béisbol que se juega dondequiera que el talento de Cuba brille.

Carlos Tabares –más pequeño y de azul– y Alexei Ramírez –más espigado y de negro.

Con información tomada de On Cuba









Comentarios

Síguenos en Facebook