Por Marino Martínez.
La pelota en Cuba está enferma de gravedad y necesita una cura que la salve.
Nunca antes en la historia se ha jugado una pelota tan mala dentro de la isla. En los Juegos Centroamericanos de Barranquilla, Colombia 2018, hasta este jueves Cuba tenía derrotas 7-1 frente a Puerto Rico y 2-1 ante Venezuela. Y las posibilidades de alcanzar a los boricuas o colombianos son casi nulas.
La última vez que los antillanos perdieron el cetro centroamericano fue n 1982. Desde entonces, habían sumado 43 victorias consecutivas. Lo preocupante del revés ocurrido en Barranquilla no fue perder el título, pues en los deportes se gana y se pierde.
Lo decepcionante es el bajo nivel de juego exhibido por el equipo dirigido por Carlos Martí. Esta misma selección antes de competir en Barranquilla cayó en tres partidos de cuatro en el Estadio Latinoamericano de La Habana ante un equipo colegial de Estados Unidos que no superaban los 21 años de edad, pero que dominaban los fundamentos de este deporte y con un cuerpo de lanzadores con mejores recursos que todos los serpentineros cubanos.
Luego de esta derrota antes los muchachos estadounidenses, otra novena cubana actuó en el torneo de Haarlem, Holanda, perdiendo sus cinco primeros partidos ante Alemania, Italia, Japón, Holanda y por nocaut ante China Taipéi. Luego, dos victorias ayudaron a terminar en cuarto puesto.
Nunca antes una selección nacional había salido derrotada por todos sus rivales, incluyendo algunos sin tradición beisbolera. Seamos sinceros. Ninguno de los jugadores de posición del equipo Cuba actual podía vestir ese uniforme en la pelota que se jugaba en épocas pasadas. Ni el mejor de ellos Roel Santos (a mi juicio) podía hacerlo como titular.
La ofensiva carece de paciencia en la caja de bateo, no produce con hombres en bases y sus hombres no tienen poderío. El pitcheo deja mucho que desear con brazos que no superan las 90 millas, sin recursos y sin pensamiento en la lomita.
Cuando hablamos de esta mediocridad nos referimos a la pelota de la isla, pues en Grandes Ligas actúan más de 20 antillanos y algunos de ellos estelares, además de otro grupo mayor que desarrollan sus aptitudes en Ligas Menores. Aún así, contando los peloteros de Grandes Ligas y los que juegan en la isla, tenemos que reconocer que el pelotero cubano ha mermado cualitativamente con relación a otras etapas de la historia.
Es cierto que en estos momentos tenemos en Grandes Ligas a una estrella como José Abreu, excelentes torpederos como José Iglesias y Adeiny Hechavarría, estelares como Yuli Gurriel, Yasiel Puig y Yoenis Céspedes, un cerrador del calibre de Aroldis Chapman y un receptor con fuerza al bate como Yasmani Grandal.
Pero en Cuba en la etapa entre 1975 y 1991 que está considerada la mejor de la Serie Nacional, existían en cada posición dos, tres y hasta cuatro figuras que reunían el talento necesario para ser estelares en el mejor torneo del mundo.
Durante dicho período de tiempo brillaron inicialistas como Antonio Muñoz, Agustín Marquetti y Orestes Kindelán, intermedistas como Félix Isasi, Alfonso Urquiola, Rey Anglada, Antonio Pacheco y Juan Padilla, antesalistas como Omar Linares y Pedro José Rodríguez, torpederos como Germán Mesa, Pedro Jova, Eduardo Paret, Rodolfo Puente y Giraldo González, decenas de jardineros entre los que sobresalen Luis Giraldo Casanova, Víctor Mesa, Armando Capiró, Fernando Sánchez, Lourdes Gourriel, Wilfredo Sánchez, Fermín Laffita y Lázaro Junco.
Receptores como Pedro Medina, Luis Castro, Lázaro Pérez, y Pedro Luis Rodríguez. En estos momentos no podemos mencionar ni a un solo lanzador abridor estrella ni en Grandes Ligas ni dentro de la isla, mientras que en la etapa entre 1975 y 1991 podemos recordar a decenas de ellos con todos los atributos para brillar al más alto nivel como lo fueron Braudilio Vinent, Santiago Mederos, José Antonio Huelga, Omar Carrero, Rogelio García, Jorge Luis Valdés, Lázaro Valle, Julio Romero, Juan Pérez Pérez, Jesús Guerra, Pedro Luis Lazo y algunos otros estelares.
Todas estas luminarias y algunas más que el espacio no permite nombrar dejaron huellas imborrables para la pelota cubana dentro y fuera de la isla. Y junto a ellos podríamos mencionar a los que actuaron antes de 1961 cuando Cuba era la segunda potencia del mundo a nivel profesional y la primera en el campo amateur con leyendas como Orestes Miñoso, Camilo Pascual, Cristóbal Torriente, José Méndez, Martín Dihigo, Tany Pérez, Adolfo Luque, Luis Tiant, Miguel Cuéllar, Tony Oliva, Bert Campaneris, Octavio Rojas, Tony Taylor y Conrado Marrero, entre otros.
Debemos admitirlo. La Serie Nacional de la isla ha tocado fondo. Algunos culpan a los managers, a los entrenadores, al poco trabajo en la base, a la falta de recursos e implementos, a las deserciones y al bloqueo de Estados Unidos. Incluso no faltan quienes mencionan la presión en que juegan los peloteros y la poca alegría que tienen en el terreno. Pero aunque todas estas razones sean elementos que afectan al desarrrollo, no son los responsables principales del desastre beisbolero por el que atraviesa Cuba.
La responsabilidad que atenta contra el país que enseñó a jugar béisbol a una gran parte del mundo y que en la actualidad no es ni la octava potencia de este deporte, le pertenece en primer lugar a los que dirigen el principal organismo del deporte.
¿Existe solución? Muchos piensan que no, pero yo opino que la tierra donde nacieron los inmortales Martín Dihigo y Adolfo Luque sigue produciendo talentosos jugadores jóvenes que pueden hacer que en un futuro Cuba regrese a sus días de gloria. Y esto llegará cuando sus dirigentes dejen de buscar justificaciones que nada tienen que ver con la realidad de los problemas.