OPINIÓN: Serie Nacional Sub23, muchas más penas que glorias

Ahí hay una pregunta para el debate, no es una interrogante nueva, pero sigue en la palestra: ¿se premia el desarrollo integral o el resultado competitivo?
Ahí hay una pregunta para el debate, no es una interrogante nueva, pero sigue en la palestra: ¿se premia el desarrollo integral o el resultado competitivo?
Por Norland Rosendo.

La quinta temporada del campeonato cubano de béisbol sub-23 (más sus agregados, porque a algunos lanzadores se les permite participar con más edad) ya es historia. Terminó con un campeón que nadie previó y con varias preguntas.


Terminó, incluso, con unos play off semifinales raros: uno delante y otro después. Cuando un equipo ya era finalista, aún no había empezado el otro cruce. Uno de fiesta, entrenando; los candidatos a ser el “otro” jugando, sudando bajo el sol y algunas nubes que amenazaban con estirar aún más la agonía.

Así, Las Tunas e Isla de la Juventud terminaron siendo los adversarios por la corona. Primero lograron sus boletos dejando en la cuneta a otros que traían más abolengo, y después ambos voltearon a unos rivales (Granma y Cienfuegos, respectivamente) que parecían más fuertes que ellos.

La final, como las semifinales, duró todo lo que podía. Ni un juego se ahorraron. Pese al fútbol —Mundial, que no es poca cosa— hubo emociones en las gradas del Mella y el Cristóbal Labra; en este último, mucho más. Porque fueron campeones, y porque allí siempre hay jolgorio cuando de pelota y Piratas se trata.



Que con las glorias no se olviden las memorias. Este es un torneo imprescindible para el béisbol cubano. Ahora más que antes y más, incluso, que lo que debiera, pero en el contexto actual que vive nuestro deporte nacional ese campeonato es una vitrina para ver con qué fortalecer las selecciones principales de cada provincia para la Serie Nacional.

No son pocos los muchachos que tienen que “coger un diez” y sumarse, quizá sin la madurez física y técnica necesaria, al evento élite. Pero no queda de otra. Sigue el éxodo y eso resiente. Hay que suplir las vacantes.

El Sub-23 merece entonces más atenciones, que no sea un campeonato más del sistema competitivo. De hecho, ningún certamen debe ser uno más. Pero este, por lo que representa, por la antesala que es, requiere de distinciones.



Algunos dicen que debe ser una justa para formar; otros que una competencia en sí, con todas las de la ley. Lo cierto es que hay que definir bien ese asunto. Ahora mismo no es ni lo uno ni lo otro. Se queda a mitad de ambos caminos. Quiere ser una cosa y la otra también. Y en definitiva, se queda corto.

Una vez hubo un torneo paralelo a la Serie Nacional que servía para subir y bajar jugadores. Era una suerte de liga menor que fracasó por muchísimas razones; incluso, porque aceleraron su abdicación cuando pudo ser perfeccionada, enriquecida, mejorada. Pero murió, y muerta quedó.

Simultáneamente, es difícil de sostener. La economía cubana, y del Inder, por tanto, es compleja. Y mantener 32 equipos a la vez jugando, viajando, alojándose en hoteles, no es asunto sencillo. Sin embargo, la idea no era mala y ahí sí el campeonato menor podía funcionar para preparar física, técnica y hasta tácticamente a los muchachos, de acuerdo con las necesidades del elenco mayor.



La temporada sub-23 antes que la Serie Nacional tiene otras connotaciones. Los jugadores quieren sobresalir para ser convocados, y los directores quieren ganar —el championismo, el maldito championismo que tanto corroe, que tanto limita—. Algunos mentores saben que de sus resultados en esa liga depende su posible ascenso al elenco grande. ¿Quién no aspira a dar ese paso?

Ahí hay una pregunta para el debate, no es una interrogante nueva, pero sigue en la palestra: ¿se premia el desarrollo integral o el resultado competitivo?

A lo interno, este torneo ha ido mutando de estructura. Al principio se jugaba solo dentro del grupo y clasificaba el líder de cada uno de ellos; luego se extendieron los partidos por cada zona y avanzan los dos mejores de cada región: dos por occidente y dos por oriente, sin importar el grupo, aunque no se juegue la misma cantidad de partidos contra todos los adversarios.



Es hora de estudiar una fórmula en la que haya una ronda de todos contra todos, no importa que se siga clasificando por regiones. Un pasito más sería mejor. Que no solo el país se una cuando se vean las caras el campeón de oriente contra el de occidente. Podría ser antes, que todos los equipos se midan. Quizás hasta se podría efectuar un juego de comodines. Se sabe que los play off son el ingrediente infaltable del espectáculo.

A lo mejor un día este sea el campeonato nacional, donde estén representadas todas las provincias, con una flexibilización en el límite de edad, y se juegue previo o a la par de una Liga Cubana de Béisbol. Quién sabe. Puede ser, puede que no.

Pero el torneo sub-23 no debe morir, ni siquiera palidecer más. Ahí debe haber, además, ciencia, tecnología, recursos y mejor organización. Todavía duele que La Isla no haya tenido alojamiento en Cienfuegos cuando debía para empezar en tiempo la semifinal. ¿Alguien pagó por eso?

Por suerte, hubo conga en La Isla.

Con información tomada de CubAhora

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